Ricardo Peirano
Presidente del Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres) y ex director de “El Observador”
El domingo 24 de noviembre Yamandú Orsi ganó el balotaje presidencial ante el nacionalista Álvaro Delgado. A las 19.30 cerraron las urnas en Uruguay. A las 20.30 las principales encuestadores dieron su proyección de escrutinio en base a una nuestra de circuitos. A las 21, ambos comandos aceptaron esos resultados que daban Orsi, candidato del Frente Amplio el 49,7% de los votos contra el 46% de Alvaro Delgado.
A las 22.30 se habían escuchado los discursos del ganador y del perdedor. Incluso el presidente Luis Lacalle Pou llamó a Orsi para felicitarlo y ponerse a las órdenes para la transición de gobierno.
Los ganadores festejaron tranquilamente en una noche lluviosa; los perdedores reconocieron rápidamente su derrota, ofrecieron colaborar con el próximo gobierno y se fueron a dormir. Cerca de medianoche ya eran pocos los analistas que desgranaban elucubraciones de por qué Orsi dio vuelta la elección de octubre, donde la Coalición Republicana tuvo 3% de votos más que el Frente Amplio. Y por esas horas la Corte Electoral daba los resultados que coincidían con lo que habían dicho las encuestadores a las 20.30. Todo tranquilo y en paz, mientras la lluvia caía mansa sobre Montevideo.
En tiempos de polarizaciones, bloqueos, insultos, lawfare para un lado y para el otro, corrupción rampante, enormes grietas, cuestionamientos de resultados, con denuncias de fraudes, Uruguay cumplió 40 años del restablecimiento democrático con una elección ejemplar. Un ejemplo para la región y el mundo. Por algo la democracia uruguaya es considerada como “la niña bonita de América Latina”.
Un gobierno de izquierda ha vuelto a ganar -en este siglo gobernaron desde 2005 hasta 2020- y deja atrás a un gobierno de centro derecha liderado por Lacalle Pou, a quien mal no le fue pese a la pandemia y a la mayor sequía en los últimos 100 años.
La inflación está en 4%, la economía crecerá 3.5% este año, el déficit fiscal está en torno del 4% del PIB, el desempleo está en baja y se sitúa cerca del 7%, habiéndose creado unos 100.000 empleos y mejorado el salario real.
Análisis y autocríticas
Explicaciones del porqué de la derrota de la coalición gobernante abundan y abundarán más en los próximos días a medida que se hagan los análisis y las autocríticas. Básicamente la Coalición Republicana (Partido Nacional, Partido Colorado, Partido Independiente y Cabildo Abierto) no pudo retener todos los votos de octubre, mientras que el Frente Amplio sí lo hizo y además sumó los votos de partidos pequeños más votos en blanco. De ahí transformó una derrota de menos 3% en una victoria de más 4%. Siempre le fue difícil a la coalición de centroderecha retener para el balotaje a todos los que la votaron en primera vuelta.
Hay identidades muy fuertes, que vienen de lo profundo de la historia, y no es fácil para un colorado votar por un blanco y viceversa. Algunos quedan por el camino y si la ventaja de la primera vuelta no es holgada como en 2019, cuando ganó Lacalle Pou, la segunda vuelta se hace muy cuesta arriba. Y esto será así hasta que haya un solo partido que englobe los principales partidos de lo que hoy es una unión de voluntades partidarias pero sin ningún respaldo orgánico ni simbología identitaria común.
Hay también otras explicaciones. Pese a la mejoría de los principales indicadores económicos, y a que Uruguay lidera la región en casi todos ellos (PBI per cápita, distribución del ingreso, estabilidad política, riesgo soberano, etc), hay preocupaciones de la población que no se han podido resolver
Un tema es la seguridad. Y si bien este gobierno logró reducir el número de rapiñas no pudo con los homicidios con una tasa de 11 homicidios cada 100.000 habitantes. Una de las más altas de América Latina. Y lo mismo ocurre con la tasa de población privada de libertad.
Uruguay tiene una muy valiosa estabilidad política pero aparte de un acuerdo básico entre las dos coaliciones en los temas macroeconómicos no hay consenso para avanzar en la reforma educativa (nos va mal en las pruebas PISA) aunque los dos partidos consideran que hay que mejorarla, ni en lucha contra el narcotráfico, ni en una agenda procrecimiento que nos permita mejorar el nivel de vida de la población luego de décadas de crecimiento bajo del 2% anual.
Uruguay es quizá la niña bonita de América Latina pero no es tan hermosa como parece. Hay problemas estructurales que solucionar y que no se atacan. Faltan políticas de Estado en temas como inserción internacional, educación y seguridad pública.
“The Economist”, con su habitual agudeza y claridad de expresión, se preguntaba esta semana si Uruguay no es demasiado estable para su propio bien. Destacaba la necesidad de generar una agenda ambiciosa de crecimiento y culminaba diciendo “la lección de la última década en Uruguay es no solo que la estabilidad es crucial. Sino que también la estabilidad por sí sola no es suficiente”.