Santa Cruz: tierra de secretos y de silencios

Para entender la década es imprescindible descubrir los rasgos de la vida en la Patagonia. Cómo se moldea el carácter entre el viento y el frío omnipresentes. De esa sociedad tan particular y en permanente cambio emergieron los protagonistas de este ciclo político.

PLAZA SIN VECINOS. La San Martín es el principal paseo público. El único espacio arbolado. El silencio aturde. PLAZA SIN VECINOS. La San Martín es el principal paseo público. El único espacio arbolado. El silencio aturde.
24 Mayo 2013

En Río Gallegos hay muchos mástiles y ninguna bandera. El viento las destroza. "Acá la gente vive para adentro", sostiene Irene Stur, una litoraleña que -como tantos inmigrantes- se aferró a la Patagonia y la defiende porque la siente propia. Encerrado por el frío, al santacruceño se le achica el horizonte de las relaciones sociales. La introspección es un ejercicio obligado. La timidez parece desconfianza. ¿En qué piensa toda esa gente mientras camina apuradísima, como si las veredas les congelaran las plantas de los pies? Imposible desentreñar al kirchnerismo sin ensayar una mirada al particular mundo del ex presidente y de su círculo de confianza.

En la capital provincial no hay cines. Tampoco una gran librería. Una pequeña sala municipal intenta sostener la producción teatral. Las primeras marcas y franquicias se mantienen ausentes del pequeñísimo circuito comercial. Un cortado con una medialuna cuesta $25 en el bar de Kirchner y San Martín, la esquina céntrica por excelencia.

Para comprar -desde ropa a electrodomésticos- los riogalleguenses prefieren recorrer los 252 kilómetros que los separan de Punta Arenas. Ejemplo: un TV plasma que en Santa Cruz cuesta $ 4.000 se consigue a $ 2.000 en Chile. El impuesto en la Aduana puede llegar a $ 600. Negocio redondo.

"¿Películas señor?" Refugiada en el hall de un Carrefour, la vendedora ambulante ofrece la mercadería que en Tucumán tapiza las peatonales. Casi no hay oferta en las calles. Lógico: puede nevar en cualquier momento. Los circuitos de la venta ilegal funcionan bajo techo y en puntos que los riogalleguenses conocen bien.

Todo es rápido
La ciudad de poco más de 100.000 habitantes se empecina en mantener su condición de pueblo. La plaza San Martín -con la clásica estatua ecuestre del prócer- es la única arbolada. La Casa de Gobierno -La Rosadita- y la Jefatura de Policía conviven en la misma manzana. Y sobra espacio.

En cuestión de pocos metros se amontonan los tribunales -provinciales y federales-, los bancos, los (escasos) hoteles, el obispado, las sedes de las empresas. La vuelta del perro se completa en cuestión de minutos. Rápido.

Río Gallegos es prolija. Las calles son amplias y el tráfico fluido. El clima que todo lo determina convierte el auto en un artículo de primera necesidad. Los taxis trabajan bien ($ 7,50 la bajada de bandera). Una flotilla de minibuses que casi no llama la atención completa el servicio de transporte público. Pero prolijidad no implica calidez. Río Gallegos es tan silenciosa como sus habitantes. Tan sepia como el desierto que la circunda. Tan desolada como el ventarrón que sopla y sopla.

Ese mundo...

José María Borrero escribió a principios del siglo pasado "La Patagonia trágica", una precisa guía que ayuda a entender por qué Santa Cruz es como es. Con dolor, sacrificio e injusticias empezó todo.

La provincia, enorme (Tucumán cabe 13 veces entre sus fronteras) y despoblada (Tucumán casi la sextuplica en cantidad de habitantes) se desarrolla sobre tres ejes. Al sureste, a un paso de Tierra del Fuego, Río Gallegos concentra la administración. El cinturón productivo está al norte: en Caleta Olivia, Pico Truncado y Las Heras todo gira en torno al petróleo y al gas. Sobre la cordillera, El Calafate es la joya del corredor turístico. Allí, en el lugar en el mundo de Cristina Kirchner, el glaciar Perito Moreno atrae el turismo internacional. "El Calafate es un isla de prosperidad", sostienen desde la capital. Y remarcan lo de isla, porque Santa Cruz es una provincia riquísima en recursos naturales. Entonces, ¿dónde está ese dinero? Que no haya miseria no es sinónimo de prosperidad.

Los sueldos son superiores a la media, al igual que el costo de vida. No hay villas, sí asentamientos, a cuyos moradores llaman okupas. El gran problema en Río Gallegos es el acceso a la tierra, un sinsentido teniendo en cuenta lo infinito de las extensiones desiertas a la vuelta de la ciudad. El escenario ideal para cualquier western criollo.

"Sociedad en construcción" es el cartel que podría colgarse en el inventario santacruceño. Pero ese colectivo conformado por argentinos de todas las geografias y chilenos decididos a hacer la Patagonia parece en crisis. Falta mano de obra calificada. El sistema de salud está rengo de especialistas. Si de por sí el clima es expulsor, la coyuntura económica y social empuja a buscar otras latitudes.

Hay problemas de fondo. Complicados. Más alcohol, más droga. Los índices de suicidio -en especial entre los adolescente- generan aflicción. Los casinos de Cristóbal López proliferan, al punto que cada 19 de octubre se celebra a lo grande el "día del trabajador de juegos de azar". El futuro está borroso para las nuevas generaciones.

"Culturalmente, Santa Cruz no ofrece muchas ventajas. No pasa sólo por la oferta laboral, es un conjunto de factores", analiza María José Leno. Rosarina, licenciada en Filosofía, ella es secretaria académica de la Universidad Nacional Patagonia Austral. Con 6.000 alumnos, luchando día a día para evitar las deserciones, la UNPA está abriendo su oferta hacia horizontes técnicos, ligados con los recursos naturales.

¿Cuál es el perfil de los estudiantes de la UNPA? "Ellos crecieron y viven en una cultura de escasa manifestación pública -comenta Leno-. Eso los hace más retraídos y les quita vehemencia. Al mismo tiempo, son críticos y pensantes".

Lasl licenciaturas, tecnicaturas y profesorados que los 900 docentes de la UNPA sostienen día a día no incluyen carreras tradicionales (Medicina, Arquitectura, Ingenierías). Se impone entonces, para los bolsillos aptos, la emigración. Muy lejos, porque Santa Cruz está lejos de todo. Desarraigo.

Los que se quedan deben bucear en una sociedad que distingue categorías: los NYC (nacidos y criados en la Patagonia), los VYQ (los venidos y quedados) y hasta los TAF (los traídos a la fuerza). Una selección de castas en la que se mezcla la ironía con el estatus. Eso sí: en la calle todos parecen conocerse y cruzan saludos. Tímidos, nada expresivos.

Las tensiones subyacen. "A las 18 rezo del Santo Rosario por la paz social en nuestra comunidad", invita un cartelito en la Parroquia-Catedral Nuestra Señora de Luján. Es una iglesia chiquita y acogedora, con paredes de madera, 34 bancos y apenas tres imágenes en el altar. La pila bautismal, un pequeño coro y nada más.

Postales. Frente a la costanera, los juegos se cansan de esperar que algún chico se le anime a las hamacas o al tobogán. Inmaculados por la falta de uso, reclaman gritos y risas. Pero la niñez se desarrolla atornillada a las estufas.

Más postales. La cárcel parece una escuela y el club Boca de Río Gallegos impacta por la imponencia de su sede. El hijo de Lázaro Báez es su presidente. Los perros callejeros son tantos como en la capital tucumana. Y hay quejas que también nos hermanan. Por ejemplo, la del agua -servicio público, al igual que la luz-: afirman que sale turbia y con dudoso sabor. El consumo de agua mineral es altísimo.

"Si te fijás, la gente no cuida sus jardines ni sus veredas", advierte Irene Stur. Será por esa costumbre de vivir para adentro, protegidos por toda clase de fachadas.


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