El irresistible encanto de la Isla Negra

Pablo Neruda pasó a la historia por sus versos. Sin embargo, el ganador del Nobel dejó en Chile otro legado que nada tiene que ver con las letras: su casa frente al mar. Al cumplirse mañana 110 años de su nacimiento, te contamos algunos de sus secretos

TODO UN SÍMBOLO. Mirando al mar se encuentra el campanil y la lancha donde Pablo Neruda invitaba a “navegar” a sus amigos más íntimos. credito TODO UN SÍMBOLO. Mirando al mar se encuentra el campanil y la lancha donde Pablo Neruda invitaba a “navegar” a sus amigos más íntimos. credito
En Isla Negra no hay lugar para la indiferencia. Apenas uno pone los pies en esa tierra rústica y ventosa surge la magia, el asombro y hasta, en cierto punto, el misterio. Sí porque, para empezar, Isla Negra no es una isla. Y tampoco es negra. Es en realidad el nombre que el premiado poeta chileno Pablo Neruda eligió para su casa favorita, construida a orillas del océano Pacífico, entre las localidades chilenas El Tabo y El Quisco.

Neruda, del que se cumplen mañana 110 años de su nacimiento, tenía en rigor tres casas: La Chascona (en Santiago de Chile), La Sebastiana (en Valparaíso) e Isla Negra. En todas ellas habitó y escribió en diferentes periodos de su vida, y también en cada una dejó marcado su particular estilo. Sin embargo, es en Isla Negra donde quedó impregnada con más frescura toda la iridiscencia de su alma. De hecho, al entrar en la propiedad uno hasta puede sentir la presencia de Neruda en cada rincón: junto a los mascarones de proa, frente al gran ventanal de la sala o en el comedor donde solía recibir a sus amigos con pantagruélicas cenas. Es una presencia fuerte, que se percibe no tanto con los ojos, sino con el corazón. Y el que firma estas líneas puede dar testimonio de ello: la casa ciertamente está habitada; irradia poesía.

El capricho
Convertida en museo (tal vez el más visitado de Chile), Isla Negra fue la casa más querida de Neruda; el capricho de su vida. El guía de la Fundación Neruda, que acompaña a los visitantes en el fascinante recorrido por la propiedad, explica que también fue la última que habitó el escritor y en donde se encontraba, enfermo ya de un cáncer de próstata terminal, aquel fatídico 11 de septiembre de 1973, cuando Pinochet se levantó en armas contra la democracia chilena. Incluso con el poeta en cama, la casa fue registrada por los militares. “Aquí lo único peligroso es la poesía”, cuentan que les dijo el escritor. De Isla Negra Neruda salió en ambulancia hacia la clínica Santa María de Santiago, donde el poeta se apagó pocos días más tarde, el 23 de septiembre de 1973. “Murió de pena”, agrega el guía.

Neruda había comprado Isla Negra en 1938, a un marinero español. Aunque poco tenía que ver la pequeña cabaña de piedra que adquirió entonces con lo que más tarde bautizaría como Isla Negra. “La casa fue creciendo, como la gente, como los árboles”, explicó una vez el poeta acerca del lugar que inspiró su inolvidable “Canto general”.

El barco en tierra
Pero lo que más asombra de la casa es su natural simbiosis con el mar de fondo. De hecho, Isla Negra fue el gran barco de Neruda, una nave alargada, construida a base de sucesivas ampliaciones, que parece navegar sobre el Pacífico que, a pocos metros, rompe con toda su violencia contra las rocas. Cuando se abre la puerta del anexo norte, las miradas inevitablemente caen al suelo cubierto de caracoles. Dicen que a Neruda le encantaba hacer largas caminatas por la playa. Y, cuando regresaba, traía bolsas repletas de caracoles. De él fue la idea de llenarlos con cemento y colocarlos como originales y pequeños adoquines en el piso para que “le masajearan los pies”.

No menos asombrosa es la sala que alberga los mascarones de proa, esas figuras míticas de madera que solían adornar el frente de los barcos antiguos y que, por alguna inexplicable razón, fueron la obsesión del poeta. Cada una con su nombre (las dos Medusas, el gran jefe comanche, la Micaela y la Marinera de la Rosa) otorgan un aire misterioso a la casa. Una de ellas, incluso, llora en invierno. “Dicen que anhela volver al mar. Tiene los ojos de vidrio y en él se condensa la humedad, pero todos por aquí piensan que llora por pura nostalgia”, cuenta el guía.

El inventario de la casa registra más de 3.500 objetos extraños: una colección de máscaras, otra de botellas de vidrio de colores, barcos dentro de botellas, diablillos de cerámica mexicanos, cajas de insectos y mariposas, estribos de todo el mundo, mapamundis y fotos de Walt Whitman y de Arthur Rimbaud... todo envuelto en la mágica atmósfera de la poesía. Hay, incluso, un baño que Neruda diseñó especialmente para sus amigos y que tapizó con estampas de mujeres semidesnudas, para que ellos se “recrearan” mientras usaban sus instalaciones.

El poeta quiso también que el techo de Isla Negra fuera de metal, para poder escuchar el sonido de la lluvia mientras escribía con su característica tinta verde. Verde como la esperanza.

Una tarde, mientras caminaba por la playa buscando caracoles para su colección, el escritor encontró un vetusto tablón de madera desprendido de algún barco y, de inmediato, lo transformó en su mesa de trabajo. “El mar le trae al poeta su escritorio”, bromeó en una ocasión.

La tumba
Pero Isla Negra es mucho más que una casa repleta de objetos misteriosos: también es un campo santo. Allí, en medio del acantilado y mirando directamente al océano, están enterrados Neruda y Matilde Urrutia, su última esposa. La tumba es sencilla, con una piedra en la que se ha tallado un pez con los cuatro puntos cardinales. El mismo poeta lo había pedido en su poema “Disposiciones”: “Compañeros, enterradme en Isla Negra, / frente al mar que conozco, a cada área rugosa de piedras/ y de olas que mis ojos perdidos/ no volverán a ver…”.

Precisamente allí, en esa tumba pétrea, termina la visita. Sólo queda la sensación de que Neruda no sólo dio forma a la casa de sus sueños, sino que transformó esa morada en una suerte de metáfora de Chile: estrecha y alargada, con vistas privilegiadas al mar. Tal como él lo quería: “El océano Pacífico se salía del mapa. No había dónde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana”.

LOGROS
El poeta imprescindible del canon

Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto (Pablo Neruda) nació el 12/7/1904 y falleció el 23/9/1973. Es uno de los mayores poetas del siglo XX. El controvertido crítico Harold Bloom, autor de “El canon occidental”, lo ubica como uno de los pilares de la Literatura universal, al lado de Jorge Luis Borges y Alejo Carpentier. “Ningún poeta del hemisferio occidental de nuestro siglo admite comparación con él”, escribió. Es autor de “20 poemas de amor y una canción desesperada”, “Canto general”, “Residencia en la tierra” y “Para nacer he nacido”. Obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1971.

APUNTES 1
Por Roberto Delgado- LA GACETA
Cosas preñadas del sentido de la vida

Neruda veía en el pan al panadero, en la madera el olor del bosque, el silbido del viento y la impresión que dejaban los incendios de las casas de madera del Temuco donde pasó su infancia. Amaba locamente las cosas a tal punto que formaban parte de su existencia y lo significaban. Sobre todo el mar. “Necesito del mar porque me enseña:/ no sé si aprendo música o conciencia (...) De algún modo magnético circulo/ en la universidad del oleaje...”. Y eso es Isla Negra. Una casa rústica entre las rocas, en un humilde y encantador pueblo de pescadores, lleno de viento, del olor y del sonido del mar. Se llega por un camino de tierra en un lugar en el que todo evoca con dulzura al poeta. Una casa alargada, estirada por etapas, con techo de chapas para que se pueda escuchar la lluvia, con un dormitorio con una gran vista al océano; con desniveles, laberintos, un escritorio hecho con una madera que trajeron las olas, mascarones de proa con rostros melancólicos, caracoles de todas partes del mundo, vigas de los techos con nombres de poetas, colecciones de botellas, zapatos antiguos y pipas; un extraño locomóvil en el patio y campanas. Son cosas deliciosas, llenas de sencillez preñada de sentido, vistas con los ojos de un niño lleno de curiosidad. O de un hombre que siente al niño que ha sido, que siente el tiempo implacable que le exige que ame con urgencia la vida y las cosas. “Nosotros los perecederos, tocamos los metales,/ el viento, las orillas del océano, las piedras,/ sabiendo que seguirán, inmóviles o ardientes”, dice en “Aún”. “...y yo fui descubriendo, nombrando todas las cosas:/ fue mi destino amar y despedirme”.

APUNTES 2
Por María Ester Véliz - LA GACETA

Una casa con lenguaje propio
Apenas crucé el umbral, sentí que Isla Negra me transportó a tiempos idos. El olor envolvente a viento marítimo y a madera húmeda, la diversidad de objetos prolijamente ordenados en lugares estratégicos -los botellones de vidrio verde y azul mirando al mar, y los marrones y ámbar contemplando la montaña- me sumergieron en el micromundo de uno de los genios de la literatura hispanoamericana. Me acordé de las clases de literatura de la madre Jesús Lasterra, en el colegio Guillermina. Nos decía que Neruda no fue un coleccionista sino un “juntador de cosas”, a veces inservibles, pero importantes para él... La gran roca negra que se yergue dominando el living llamó mi atención. El escritor la dejó ex profeso al ampliar su casa... Cada detalle, la colección de insectos extraños y La Covacha de madera alejada de la casa, donde se refugiaba para escribir, tienen lenguaje propio en la casa preferida de Pablo Neruda. Hablan de las excentricidades de una mente brillante, ubicada en las antípodas de toda extravagancia.

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