“Durante mucho tiempo me diopudor decir que era escritor”

Acaba de reeditar La Historia, su monumental novela de más de 1.000 páginas. Aquí habla sobre los temas que toca en el libro y también de otras cuestiones. Su oficio de escritor, la muerte, los viajes, el tiempo. “Viajar es la forma más eficaz que conozco para ralentizar la fuga del tiempo”, afirma

“Durante mucho tiempo me diopudor decir que era escritor”
08 Octubre 2017

Por Mauricio Caminos - Para LA GACETA - Buenos Aires

Martín Caparrós ya viajó por unos cien países y publicó una treintena de libros, pero admite que nunca irá al lugar que más ansía conocer y que no sabe cómo escribir la crónica de la manzana de su casa. “Esta es mi casa -dice al señalar su laptop-; esté donde esté, abro la pantalla y ya estoy en mi casa”. Cronista, viajero, amigo de Tomás Eloy Martínez, autor de El interior, La voluntad, El Hambre; premio Herralde y Rey de España, este año cumplió 60. Como en el resto de los lugares donde va, está de paso por Buenos Aires, donde nació. Vive en Madrid pero allí está menos de la mitad del año. Entre julio y agosto fue a sitios tan disímiles como Dakar (Senegal) y Shangai (China). Pronto estará en Medellín (Colombia) y Oaxaca (México).

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Empezó a escribir para viajar y ahora viaja para escribir. Pero también para dar conferencias o talleres, o presentar libros. Por eso Buenos Aires: la editorial Anagrama acaba de reeditar aquí La Historia, la novela que escribió en diez años (se publicó originalmente en 1999), que tiene 1022 páginas y que relata detalles de una civilización imaginaria y fundacional de la Argentina, con sus formas del tiempo, sus comidas y hasta sus más íntimos actos sexuales. “Es el libro que más me importa, el que más me gratifica haber escrito”, dice Caparrós.

- ¿Por qué?

- Es lo más original que escribí. Al releerlo me saltaron dos rarezas: es lo más raro que he leído en mucho tiempo, sobre todo en una época en que se escribe bastante semejante. Y hubo una rareza más íntima: qué raro que a mí se me ocurrieron estas cosas.

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- Es un relato con notas que a veces superan al relato. Sigue a su forma el juego enciclopedista de Borges en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. ¿Cómo se te ocurrió?

- A mediados de los 80 yo había escrito mis primeras novelas en un pueblito en las afueras de Madrid (Ansay o los infortunios de la gloria, No velas a tus muertos y La noche anterior). Pero nunca se me ocurrían historias, siempre pensaba en cosas que tenían que ver con mi vida o que retomaba de algún momento histórico. De repente se me ocurrieron historias raras y un poco disparatadas. Las empecé a escribir y fue como si se hubiera abierto un agujero en un dique. Empezaron a salir cada vez más historias. Busqué tres o cuatro años una máquina que le diera cierta estructura a todo eso, hasta que finalmente se dio La Historia.

- Escribiste la novela en Buenos Aires en los noventa, en parte gracias a una beca Guggenheim. ¿Te recomendó Tomás Eloy Martínez?

- Tomás no me recomendó para la beca, me la consiguió. Él estaba viviendo en Estados Unidos y me guió para pedirla, pero no me la dieron. Al año siguiente no me quise presentar porque tenía que volver a pedir las cartas de recomendación. Uno era el propio Tomás, otro Carlos Fuentes, por ejemplo, gente de cierto peso que yo no quería joder de nuevo. Y Tomás me llamó y me dijo que tenía que hacerlo. Finalmente fue él quien pidió de nuevo las recomendaciones, las recibió y las mandó. Así que realmente a la beca me la consiguió él. Yo no me hubiera presentado.

- ¿Qué dijo cuando leyó el libro?

- Uf, muchas cosas. La entregué un año que yo vivía en Nueva York y que él vivía en Nueva Jersey, así que fue un tiempo en el que más nos vimos. Estábamos los dos perdidos en Estados Unidos.

- En Lacrónica hay un texto sobre Tomás Eloy Martínez que escribiste en 2010, cuando murió. La muerte es recurrente en tu obra y es central en La Historia. ¿Qué te pasa con la muerte?

- Me rompe mucho las pelotas la muerte. Me gusta mucho vivir, así que te detesto la idea de que se vaya a acabar.

- ¿Te da miedo?

- Me da enojo. No hay nada que temer. Quiero decir: se acaba y se acabó. Sufrir antes la muerte no es grave porque estás haciendo algo. Lo grave es que después ya no hay más nada.

- La muerte está asociada al tiempo, también pilar en La Historia. ¿Cómo ves el tiempo?

- Odio que se me escape. Hago todo lo posible por retenerlo todo lo que puedo. Por eso los viajes. Viajar es la forma más eficaz que conozco para ralentizar la fuga del tiempo, hacer que el tiempo se llene de más contenido y se escape más lentamente.

- La novela demuestra lo maleable que es la Historia. ¿Cómo se escribe por estos días la historia argentina?

- Es un chiste que el prócer del momento sea Belgrano, un prócer muy menor que lo único que había hecho era crear la bandera, que cualquier cuadro de los Borbones de 1800 desmiente radicalmente porque ya tenían ellos la banda celeste y blanca. Pero se convirtió en el gran prócer actual porque se supone que no se corrompió y ahora el tema de debate político es la corrupción. Reinventamos a Belgrano cuando hace 40 años era de segunda. En las épocas militares San Martín fue el gran prócer y con Cristina, Evita. Cada época tiene el prócer que le corresponde.

- ¿Tiene la literatura posibilidades de transformar la realidad?

- El uso que personas pueden hacer de la literatura puede servir para producir ciertas transformaciones. Pero la literatura no existe fuera de las lecturas que se hacen de ella. Depende del lector.

- Decís que te sorprende que te digan periodista cuando empezaste antes con la ficción. ¿Te crees un buen escritor?

- Yo no lo puedo decir. Durante mucho tiempo me dio pudor decir que era escritor porque me parecía un título de nobleza, no una descripción. Y hace unos años, en ese momento de verdad cuando uno tiene que llenar el papelito de migraciones y tenés que poner profesión, puse escritor. Yo siempre ponía periodista u otras cosas. Malo o bueno, eso es lo que hago. Soy un escritor.

- Has escrito sobre todo el mundo, pero decís que la crónica más difícil es la de la manzana de tu casa.

- Suelo pensar en una manzana donde viví 25 o 30 años cerca del Jardín Botánico en Capital Federal. Pero la manzana de mi casa es una abstracción. No me molesta no tener manzana de mi casa, al contrario, me gusta. Quizás lo que tengo que hacer es cambiar la frase porque es cierto que ya no tengo casa. En Madrid es una casa alquilada donde no estoy nunca, y cuando vengo acá paro en un departamentito prestado.

- ¿Eso es lo malo de viajar tanto?

- Lo malo de viajar son los aviones. Es una cosa antinatural. Se mueve, molesta, hace ruido, no es un lugar agradable.

- ¿Conocés todos los países?

- Hay 200 países, yo conoceré 100, más o menos.

- ¿A qué lugar que no fuiste te gustaría ir?

- Solía decir que quería ir a Tombuctú, una ciudad mítica en Malí, África, con construcciones de cinco pisos hechas de adobe y barro. Después dije que mejor no voy porque siempre es bueno dejar algún lugar que uno puede seguir deseando, un lugar que te falte. Y el año pasado estuve en Malí haciendo un trabajo, acompañando dos semanas a un grupo de pastores nómadas que llevaban sus vacas en el desierto y estábamos muy cerca, a 200 km. Pero a Tombuctú no se podía llegar por Al Qaeda. Así que estuve muy cerca y no llegué. Mejor.

© LA GACETA

PERFIL

Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) se licenció en historia en París, vivió en Madrid y Nueva York, dirigió revistas de libros y de cocina, recibió el Premio Planeta, el premio Rey de España, el premio Herralde y la beca Guggenheim. Es autor, entre otros libros, de A quien corresponda; Los Living; Comí; El enigma Valfierno; Echeverría; Una luna; Contra el cambio y El Hambre.

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