No fallar, una obligación necesaria de la política

En aquel lejano diciembre de 1983 el país tenía tantos problemas económicos, sociales y políticos que parecía cargar un peso enorme. Inflación desbocada del 578,99% anual –el 19% mensual-; suba de combustibles del 30%;  arduas negociaciones con la banca internacional por vencimientos inminentes de 20.000 millones de dólares de la deuda externa, que entonces era de 40.000 millones de dólares; reclamos sindicales y salvaje remarcación de precios. Ese el 28 de diciembre, el Gobierno tenía poco más de dos semanas de gestión. 

Cuarenta años después, el país se encuentra en azarosa circunstancia de profunda crisis y frente a una necesidad planteada de reformular todo, con la diferencia de que en 1983 el país salía a gatas del pozo profundo en que lo había sumido la dictadura militar.

Por cierto que la sensación que imperaba entonces era de alivio por haber dejado atrás el oprobio de la dictadura y la esperanza de que iban a cambiar las cosas. Pero el panorama no estaba exento de nubes oscuras: en esa semana se evitó mediante denuncia judicial un intento de ocupación de plantas industriales  como medida de presión para obtener respuesta favorable a determinados petitorios laborales. 

En medio de todos esos desafíos que tenía la apenas renacida democracia, el mensaje de Navidad del presidente Raúl Alfonsín mereció el comentario editorial por la precisión en el análisis de la impronta argentina: “nunca con tan pocas palabras se dijo tanto y con tanta profundidad… no fue un mensaje cargado de promesas, sino más bien de compromisos”, se describió. En primer lugar fue un llamado “a la reconciliación, tan necesaria en un  país que por tantos años ha vivido sin paz interior, convulsionado por la intolerancia”. 

Se mencionó que el mensaje daba a la Navidad un sentido de solidaridad social profundo y un llamado “para dar una mano tendida a los que no tienen consuelo y a los que luchan para solucionar problemas tremendos de pobreza y de miseria”, y se comprometía a “trabajar para mejorar las condiciones de vida de ese gran sector del pueblo que está económica y moralmente sumergido”.

Y luego el Presidente se dirigió a los distintos sectores políticos: “A quienes ‘se preocupan por el alboroto de la democracia’ prometió ‘orden con libertad’: a los que se impacientan por ‘obtener enseguida legítimas reivindicaciones’, prometió ‘justicia y perseverancia’ “. Incluso se menciona que se dirigió a quienes “agitan estandartes con colores que no son familiares al pueblo argentino” y les aseguró que “nadie se verá obligado a arriar ninguna (bandera), porque entre todos juntos llevaremos adelante la empresa del bienestar y de la convivencia pacífica”.

Finalmente, hizo un llamamiento a “los jóvenes de edad o de espíritu” para “proyectar y edificar un mañana mejor” y habló del “futuro de paz que hemos empezado a construir con esfuerzo, es cierto, pero con la determinación definitiva de no fallar”.

Precisamente ese fue el título del editorial: “no fallar”, y analizaba que “nada peor podría ocurrirle al país, en este momento crucial, que los responsables de su futuro fallaran de nuevo. Que fuera conducido a una nueva frustración, cuya consecuencia no es difícil imaginar”. Un consejo para la política, en todos los tiempos.

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