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De puño y letra, Fernando de la Rúa redacta la renuncia a la Presidencia de la Nación. Son las 18.30. Cuarenta y cinco minutos más tarde la hace pública y de inmediato decide marcharse de la Casa Rosada, aunque antes protagoniza un último acto: el fotógrafo oficial Víctor Buggé lo retrata y, sin querer, la imagen captura una caja de Viagra asomando desde un cajón del escritorio. Pero no hay lugar para los pasos de comedia en ese momento. Mientras el helicóptero se eleva para completar un viaje de siete minutos hasta la Quinta de Olivos, el país se incendia, se desangra, se consume. La protesta social, producto de una crisis terminal, deriva en represión: 39 muertos, cientos de heridos, 4.500 detenidos. Todo en un día como hoy, 20 de diciembre de aquel fatídico 2001.
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El vicecomodoro Juan Carlos Zarza sabía mantener la calma en situaciones extremas. En 1987 había llevado a Raúl Alfonsín a Campo de Mayo, reducto de los “carapintadas” insurrectos de Aldo Rico. Tras la reunión volaron de regreso y el Presidente salió al balcón para desear “felices pascuas”. Habían pasado 14 años y, en sus manos, el Sikorsky S 76-B se portaba con absoluta docilidad. El mejor piloto posible para extraer a De la Rúa -a toda velocidad y sin incidentes- de ese hervidero que era la Plaza de Mayo. Cuenta Zarza que en los techos de los edificios aledaños a la Rosada vio numerosos francotiradores y sólo atinó a pensar: “ojalá que sean de los nuestros”.
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El caso argentino es tan particular que se permite desmentir al “Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte” (“la historia ocurre dos veces, la primera como una tragedia y la segunda como una farsa”, escribió Karl Marx). No hubo nada de farsesco en el patético y necesario escape de De la Rúa; más bien sintonizó con la tragedia de María Estela Martínez Cartas, otra mandataria que partió en helicóptero desde el techo de la Rosada en el epílogo de su presidencia. La diferencia es que aquel 24 de marzo de 1976 Isabel Perón no sabía qué la aguardaba cuando subió a la máquina. El golpe de Estado terminó de sustanciarse cuando el aparato estaba en el aire y el piloto obedeció la orden de cambiar la ruta, así que en lugar de trasladarla a Olivos la llevaron a Aeroparque. Comenzó allí un calvario para la viuda de Perón, sometida a toda clase de mltratos durante su detención, hasta que los militares la liberaron el 9 de julio de 1981 con la condición de que se exiliara en España.
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¿Fue el de Isabelita el peor gobierno de la historia, como se sostuvo durante largo tiempo? ¿O el de De la Rúa? Bastardear el concepto de “historia” hasta vaciarlo de contenido es un clásico de la época, al punto de calificar con absoluta liviandad de “mejor” o “peor” de la historia fenómenos tan recientes como contemporáneos. Pero, en especial, sin atesorar conocimientos elementales de lo que pasó, cuándo pasó, cómo pasó y por qué pasó. Justamente de eso se tratan los estudios históricos: de tamizar los hechos empleando las herramientas teóricas adecuadas para ponerlos en contexto y entenderlos. Difícil conseguirlo por medio de un tuit, un posteo en TikTok o un stream. Para empezar, ¿cuáles son las variables desde las que parte semejante análisis, nada menos que una obra de gobierno?
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El cordobés Miguel Juárez Celman debió renunciar a la presidencia en 1890, hundido por la crisis económica, las denuncias de corrupción y el reguero de muertos dejado por la “Revolución del Parque”. ¿Por qué no fue entonces el peor gobierno de la historia el de aquel cuñado de Julio Argentino Roca? ¿Y qué hay de la segunda presidencia de Hipólito Yrigoyen, derrocado por el golpe de 1930? Decían los usurpadores liderados por José Félix Uriburu que se habían visto obligados a terminar con el “peor gobierno de la historia” y por eso inauguraban la tradición golpista empoderando a un nuevo partido: el militar. Del crack de Wall Street de 1929 que se había llevado puesto a Occidente mejor no se hablaba. ¿Y no son acaso los peores gobiernos de la historia las numerosas dictaduras que padeció el país, por el simple e imbatible razonamiento de que cercenaron el Estado de Derecho y obligaron a los argentinos a vivir sin el amparo de las leyes y de la Constitución? Si un gobierno implementa buenas políticas en salud, educación, protección social, seguridad y cultura, pero le va mal en economía; o a la inversa ¿es mejor o peor? Bartolomé Mitre metió al país en una guerra espantosa como la del Paraguay, ¿eso lo hace el mejor o el peor? La “década infame”, con su carga de fraude electoral e inequidad social en aras del “granero del mundo”, ¿era mejor o peor? El contexto lo es todo, hay un mundo afuera y otro fronteras adentro; ideas nacen y otras se marchitan; hay modelos de país en pugna desde el 25 de mayo de 1810. Hoy en día, lo de “mejor” o “peor” gobierno, más que una banalidad, es una falta de respeto a esa ciencia social llamada historia.
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Apenas dos días antes el teniente coronel Gustavo Giacosa se había convertido en edecán de Fernando de la Rúa. Le tocó sentarse junto a él en el helicóptero. El otro pasajero fue el subcomisario Marcelo Lioni, subjefe de la custodia presidencial. Cuenta el piloto Zarza que durante el breve periplo hasta la residencia de Olivos el Presidente -teniendo en cuenta que oficialmente el Congreso no le había aceptado la dimisión- se mantuvo en silencio. Aterrizaron y De la Rúa subió al auto que lo aguardaba. Allí lo perdió de vista.
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Aquel 20 de diciembre, un día como hoy, en el palacio un Presidente derrotado ponía fin a su gestión cuando todavía le quedaban dos años de mandato. Mientras, por la calle campeaba sin ataduras la muerte, ese Jinete del Apocalipsis que nunca deja de invitarse a los banquetes más siniestros.