

¿Quién no quiere brindar placer al compañero/a sexual? Es un deseo de lo más positivo y saludable. Pero, claro, en su justa medida: cuando se vuelve una obsesión llega a ser contraproducente y hasta destructivo. Convierte el encuentro en una suerte de examen que genera más que nada ansiedad.
Y es que muchas personas viven las relaciones sexuales bajo la presión de, por sobre todas las cosas, complacer, rendir, servir, no decepcionar… cuestiones que conectan más con el deber que con el placer. Por ejemplo, el pensamiento recurrente de que “debo tener una erección rápida y mantenerla durante mucho tiempo o ella no estará satisfecha” es capaz de, paradójicamente, crear suficiente presión para interferir en la respuesta eréctil.
Helen Kaplan sostenía que las mujeres somos especialmente vulnerables a esta angustia del rechazo: “Tengo que apurarme y tener un orgasmo, porque si no lo voy decepcionar”; “Mis pechos no son lo suficientemente grandes como para excitarlo”; “Si tardo mucho tiempo, se va a impacientar”; “¿Cómo puedo gustarle con esta panza?” Es increíble la cantidad de creencias destructivas, contrarias al placer, con las que luchan las mujeres. Pero no sólo ellas: “¿Se le estará cansando la mano?”; “¿No se estará aburriendo de chuparme?”; “¿Me estaré demorando demasiado?”; “¿Y si acabo muy rápido?”... son algunas de las ideas generadoras de ansiedad sexual presente en muchos hombres.
Kaplan conectaba las raíces de estas inseguridades y sentimientos de culpa en sus pacientes con las relaciones infantiles (sobre todo si el amor y la aceptación dependían de agradar a los padres y “fingir” ante ellos) y con la insuficiente –o deficiente- información sexual que engendra expectativas poco realistas. Señalaba también los muchos casos de personas permanentemente acosadas por el miedo a quedarse solas o por la anticipación del fracaso que, temían, podría llevarlas a ser rechazadas o abandonadas. Estado que les impone la absurda presión de ser amantes extraordinarias e indispensables.
En realidad, nunca es demasiado insistir en la importancia de cierto “egoísmo” para poder abandonarse a la experiencia sexual y de esta manera… gozar. De hecho muchas de las tareas en terapia sexual instruyen a la pareja a centrarse en las propias sensaciones al hacer el amor, a veces dejando de lado expresamente lo que le ocurre al otro. Un buen punto de partida para luego aprender a dar y tomar placer alternativamente.