20 Abril 2013
Existencia real y efectiva. Todo lo que constituye el mundo real. Verdad, lo que ocurre verdaderamente. Son definiciones de la palabra realidad. La acción y la interpretación están relacionadas. Un automóvil choca contra un poste de la luz: es un hecho, una realidad. El conductor pasó el semáforo en rojo, venía ebrio, quiso esquivar un gato: son interpretaciones de la causa de ese acto.
A pocos meses de la última protesta ocurrida el 8 de noviembre, el jueves 18, miles de ciudadanos salieron a la calle para expresar su disconformidad por la reforma judicial impulsada por el Gobierno nacional -cuenta ya con media sanción del Senado-, por los supuestos hechos de corrupción develados recientemente en la existencia de un presunta red de lavado de dinero de empresarios afines al Gobierno; por la inflación, por la inseguridad, por la impunidad y por el pago del 82% móvil a los jubilados, entre otros temas.
La convocatoria a la marcha nació en las redes sociales y se constituyeron en las plazas principales de todo el país, ciudadanos, familias, dirigentes de la oposición. En la plaza Independencia de Tucumán, protestaron entre 7.000 y 8.000 personas, según informó la Policía. La marcha tuvo su correlato, en la plaza Bartolomé Mitre, de Concepción.
Pero más allá de los números aproximados, las marchas fueron multitudinarias -prácticamente sin episodios que lamentar- y expresaron el descontento de una buena parte de la sociedad a través de los carteles, las consignas, los cánticos. Esa es una realidad. Desde la óptica, donde se la observe, se pueden hacer diferentes interpretaciones sociológicas, políticas, psicológicas para resaltar, descalificar o morigerar este hecho.
Encerrarse en un punto de vista o negar la realidad de un hecho, mirando hacia otro lado o subestimando la protesta, no hace más que echar leña a este diálogo de sordos de la clase dirigente que se ha convertido en un presente desde hace bastante tiempo y que lleva a fragmentar la sociedad. El enfrentamiento entre el Gobierno y la oposición, cada uno anclado en posiciones intransigentes, está reflejando una incapacidad de hablar, de discutir, de ceder, de acordar, de replantear lo que puede estar mal.
Si el disconformismo es demasiado grande, significa que algo no se está haciendo bien y que es necesario preguntarse qué cosa, revisarla y cambiarla si ello implicara mejorar o, por lo menos, dejar de hacer lo equivocado. Reducir la protesta del jueves a posiciones de izquierda y derecha, de blanco o negro, de corporaciones versus el Gobierno, sería profundizar la ceguera o el autismo o la arrogancia de creerse el dueño de la verdad.
La protesta social que sale a la calle, nace siempre de un malestar profundo y desconocerla es negar una realidad o una parte de ella. Por ejemplo, hacer de cuenta que la inseguridad no existe o minimizarla es faltarle el respeto al ciudadano que es que la padece.
Escucharnos, ponernos en el lugar del otro, pero sobre todo dialogar, aceptar que el otro puede pensar diferente y no por eso ser menos argentino o convertirse en enemigo o no anhelar el bien común, nos puede conducir hacia la madurez, hacia una convivencia verdaderamente democrática. El fanatismo, el sectarismo, el autoritarismo siempre empequeñecen la dimensión humana. Insistir en tapar el sol con las manos o negar una realidad no nos lleva a crecer, sino más bien a retroceder.
A pocos meses de la última protesta ocurrida el 8 de noviembre, el jueves 18, miles de ciudadanos salieron a la calle para expresar su disconformidad por la reforma judicial impulsada por el Gobierno nacional -cuenta ya con media sanción del Senado-, por los supuestos hechos de corrupción develados recientemente en la existencia de un presunta red de lavado de dinero de empresarios afines al Gobierno; por la inflación, por la inseguridad, por la impunidad y por el pago del 82% móvil a los jubilados, entre otros temas.
La convocatoria a la marcha nació en las redes sociales y se constituyeron en las plazas principales de todo el país, ciudadanos, familias, dirigentes de la oposición. En la plaza Independencia de Tucumán, protestaron entre 7.000 y 8.000 personas, según informó la Policía. La marcha tuvo su correlato, en la plaza Bartolomé Mitre, de Concepción.
Pero más allá de los números aproximados, las marchas fueron multitudinarias -prácticamente sin episodios que lamentar- y expresaron el descontento de una buena parte de la sociedad a través de los carteles, las consignas, los cánticos. Esa es una realidad. Desde la óptica, donde se la observe, se pueden hacer diferentes interpretaciones sociológicas, políticas, psicológicas para resaltar, descalificar o morigerar este hecho.
Encerrarse en un punto de vista o negar la realidad de un hecho, mirando hacia otro lado o subestimando la protesta, no hace más que echar leña a este diálogo de sordos de la clase dirigente que se ha convertido en un presente desde hace bastante tiempo y que lleva a fragmentar la sociedad. El enfrentamiento entre el Gobierno y la oposición, cada uno anclado en posiciones intransigentes, está reflejando una incapacidad de hablar, de discutir, de ceder, de acordar, de replantear lo que puede estar mal.
Si el disconformismo es demasiado grande, significa que algo no se está haciendo bien y que es necesario preguntarse qué cosa, revisarla y cambiarla si ello implicara mejorar o, por lo menos, dejar de hacer lo equivocado. Reducir la protesta del jueves a posiciones de izquierda y derecha, de blanco o negro, de corporaciones versus el Gobierno, sería profundizar la ceguera o el autismo o la arrogancia de creerse el dueño de la verdad.
La protesta social que sale a la calle, nace siempre de un malestar profundo y desconocerla es negar una realidad o una parte de ella. Por ejemplo, hacer de cuenta que la inseguridad no existe o minimizarla es faltarle el respeto al ciudadano que es que la padece.
Escucharnos, ponernos en el lugar del otro, pero sobre todo dialogar, aceptar que el otro puede pensar diferente y no por eso ser menos argentino o convertirse en enemigo o no anhelar el bien común, nos puede conducir hacia la madurez, hacia una convivencia verdaderamente democrática. El fanatismo, el sectarismo, el autoritarismo siempre empequeñecen la dimensión humana. Insistir en tapar el sol con las manos o negar una realidad no nos lleva a crecer, sino más bien a retroceder.