Los narcos llegan a la Costanera vestidos de traje y en camionetas nuevas para distribuir la droga

Una mujer que estuvo presa relató cómo empezó a vender "paco" y los padecimientos que sufrió cuando la detuvieron hace tres años. Isabel pensó que podía mejorar su situación económica comercializando estupefacientes. Los narcos llegaban a su barrio, ubicado en Banda del Río Salí, vestidos con trajes y en camionetas nuevas. "Hay mucha corrupción en la Policía. Todo el mundo tiene un precio", aseguró. "Los últimos eslabones terminamos presos o muertos", comentó.

BARRIOS MARGINALES. En la Costanera, las mujeres ven al narcotráfico como el medio para salir de la pobreza. BARRIOS MARGINALES. En la Costanera, las mujeres ven al narcotráfico como el medio para salir de la pobreza.

- ¿Te parece que vayamos directamente al grano?

Así se presenta Isabel. Ese es el nombre con el que quiere identificarse para esta entrevista. Dio muchas vueltas para acceder a la nota. Es sábado a la mañana, muy temprano, y estamos en el parque 9 de Julio, el lugar elegido por ella para la charla. No quiere fotos. Confiesa que aún tiene miedo. No lo tuvo hace poco más de ocho años, cuando ingresó al peligrosísimo mundo del narcotráfico. Pensó que era una buena manera de escaparle a la pobreza. Cayó detenida hace tres años. Estuvo en la cárcel hasta hace poco por vender "paco" y marihuana en su casa de un barrio de Banda del Río Salí. Ahora intenta rehacer su vida.

Habla de Dios y de la iglesia evangelista a la que pertenece. Tiene 42 años, es robusta y sonríe poco, muy poco. "He perdido todo por esto", dice. Tuvo un amante que la "convenció" para que abrieran un quiosco en la casa. El le llevaba la "mercadería" y ella era la encargada de venderles a los jóvenes de la zona. Empezó con porros y luego sumó "papelitos". Así le llama al "paco". Es la basura de la cocaína: el desperdicio que queda en los recipientes donde se hace el proceso de elaboración del clorhidrato de cocaína.

Isabel remarca que era el último eslabón de la cadena del narcotráfico. "No ganábamos mucho ni teníamos una vida de lujo. Pero estábamos bien; nunca estuve mejor económicamente que en esos años. Pudimos comprar una moto, televisores, equipos de música y celulares. Al final del día no tenía la preocupación de no saber con qué iba a llenar la olla para darles de comer a mis hijos", explica.

- ¿Cuál es la realidad de un vendedor de drogas?

- Primero, no es tan buen negocio como parece. Porque vivís con miedo. Uno puede perder su vida, la de sus familiares y su libertad. El tema en los barrios marginales, como el mío, es que el negocio crece y es un atractivo para muchos. Siempre que muere un "transa" o cae preso, hay muchas personas que quieren ocupar su lugar. Si los más pobres tuvieran la oportunidad de un trabajo se podría evitar que sigan el camino de las drogas como una forma de vida.

"Era pobre e invisible"

Isabel no terminó el tercer grado de la primaria. A los 17 años tuvo su primer hijo. Antes de los 25 ya era madre de tres. Tuvo dos parejas. "Yo era pobre e invisible. Después todos empezaron a mirarme mal", dice. Todavía la persiguen las miradas filosas. Le avergüenza su pasado como "transa". Y alguna vez hasta pensó en quitarse la vida. Fue cuando su pareja le dijo que ella estaría al frente del "negocio", que él se debía alejar porque en cualquier momento iba a caer preso.

- ¿Tenías alguna relación con los narcos, con los que te daban la droga que después revendías?

- Mi pareja hablaba con ellos. Eran bolivianos. Muchas veces los vi. Llegaban trajeados, en camionetas nuevas. A ellos les gusta que los llamen líderes. Todavía los veo pasar seguido. Van a todos los barrios de la orilla de la Costanera. Hay otros distribuidores que llegan desde Villa 9 de Julio en motos.

- ¿Alguna vez te enteraste de un ajuste de cuentas?

- Siempre había presiones. A veces no llegabas a pagar. El negocio con los adictos no es fácil. Muchos de ellos te traían cosas robadas a cambio de droga. Pero los dealers quieren plata, así que tenías que dedicarte también al negocio de revender objetos robados.

- ¿Te pasó tener que pagar dinero para que no te "desarmaran" el negocio?

- Sé que mi pareja lo hacía. Necesitás pagar bastante dinero. Por eso, cuando él fue preso enseguida caí yo también porque él dejó de hacer su "aporte". Hay mucha corrupción en la Policía. Todo el mundo tiene un precio. Sólo conocí a un policía de estupefacientes que era honrado. Pero tenía que luchar contra muchos otros.

- ¿Hasta dónde llega la corrupción? ¿Hay políticos implicados?

- Supongo que sí, pero es algo que nunca pude ver.

- ¿Es cierto lo que dijeron algunos jueces esta semana, que la droga entra como quiere a Tucumán?

- Totalmente cierto. Los narcos tienen sus rutas armadas. De Bolivia, por ejemplo, la droga entra sin filtros, por las rutas y por un montón de caminos alternativos. Esto lo sabe la Policía mejor que yo. En Santiago del Estero, las avionetas tiran la mercadería y las camionetas 4 x 4 las trasladan hasta aquí por caminos de tierra, en medio del monte. A Tucumán llega la peor de las drogas, la más basura. Y quedan aquí las sobras. Van a las cocinas adonde las mezclan con cualquier cosa. Eso es lo que está matando a todos los chicos de los barrios marginales. También las pastillas vencidas que les venden los transas en complicidad con algunos farmacéuticos.

- Por todo lo que vivió, ¿qué mensaje les daría a los que piensan en el narcotráfico como un buen negocio?

- El negocio del narcotráfico parece una buena salida para los pobres, pero todo es muy breve. No dura mucho. Los pobres, los últimos eslabones, terminamos presos, o muertos. Un día tenía mucho dinero guardado, pero no tenía qué comer porque no podíamos salir a comprar nada. Teníamos más hambre que cuando éramos pobres. Y yo tenía miedo porque sabía que en cualquier momento iba a caer. Ya había caído mi ex pareja. A las pocas horas yo estaba en la cárcel y mis hijos solos, a la buena de Dios.

- ¿Cómo cree que se puede combatir el narcotráfico?

- No se debe hablar únicamente de despenalizar el consumo o de atacar la venta. Se tiene que tratar el problema por completo, no sólo una parte. La educación y el trabajo es muy importante, y que los chicos tengan un futuro, que no estén deambulando mucho tiempo. Creo que sólo con la Policía es imposible resolver esta cuestión. Además, nunca caen los "peces gordos", siempre acabamos presos los "perejiles".

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- ¿Cuáles son tus planes de futuro?

- En los meses que estuve presa todo se derrumbó. Fueron días muy largos. En estos momentos pienso en seguir involucrada en la Iglesia Evangelista. Eso me da fuerzas para seguir. Vivo gracias a las manualidades que aprendí en la cárcel. Quiero estar tranquila y recuperarme de lo más triste que me pasó en la vida, que fue perder a mi hijo.

Isabel da por terminada la entrevista. No quiere entrar en detalles sobre la muerte de su hijo. "¿Fue por algo relacionado a las drogas?", le pregunto. Le tiembla el mentón y se le cae la mirada. Y se va sin decir más nada.

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