El fallo y la “década perdida”

Nada cambiará en el corto y mediano plazo para la economía doméstica de un argentino promedio luego del fallo adverso de la Corte Suprema de EEUU respecto del planteo argentino para frenar el reclamo de pago cash de los fondos buitre. Esto significa, entre otras cuestiones: los precios continuarán subiendo (o sea, la inflación), cada vez será más difícil conseguir dólares (el blue o “libre” aumentará), la inversión seguirá siendo casi nula (no entrará dinero externo a un país en casi-default) y la economía no saldrá de la senda del estancamiento.

Los esfuerzos que venía haciendo el Gobierno nacional para mostrarse bien hacia afuera buscaban revertir -no mantener, como dice el relato, el “éxito” del modelo- la actualidad económica. Arreglar con Repsol, con el Club de París y con los holdouts eran el paso a paso de una estrategia cuyo objetivo bifocal consistía en poder endeudarse (tomar crédito a tasas razonables en el mercado internacional) y reactivar la economía. Ninguna de estas dos metas podrá cumplirse.

Lo que se espera para -al menos- lo que resta del año es caída de la producción (se profundizará el cepo cambiario por la escasez de dólares y no podrá importarse, por ejemplo, insumos para construir vehículos), más problemas para que los asalariados “lleguen a fin de mes” (el mismo cepo presionará sobre los precios) y un freno -y hasta caída- en los niveles de empleo (con la economía estancada hay peligro de que gane terreno el desempleo).

Lo que no se espera es un escenario caótico como el de 2001. No habrá una corrida bancaria que lleve a la imposibilidad de retirar depósitos (los bancos poseen una solvencia que en aquel entonces no exhibían) ni una crisis económico-financiera de aquella magnitud que sumerja en el caos a los argentinos de todo el arco social.

Si finalmente el país ingresa en default por cuarta vez en su historia (sucedió en 1828, en 1988 y en 2001) lo que estará en juego es si la próxima década argentina troca el mote de “ganada” por el de “perdida”. Porque el Gobierno nacional podrá continuar administrando y manteniendo las variables económicas en una tambaleante y peligrosa cuerda floja durante algún tiempo, pero indefectiblemente necesitará reconciliarse con el mundo para que el país se riegue de dinero externo, ya sea que los billetes lleguen por la vía de las inversiones o de los créditos. Porque no hay Estado que pueda garantizar bienestar económico a sus ciudadanos si importar es imposible, si exportar se hace cada vez más difícil y si nadie se atreve a desembolsar dinero en estas tierras para hacer crecer ideas, industrias o explotaciones naturales (como Vaca Muerta).

Y el default está cerca. Porque será muy difícil que los holdouts negocien con la Argentina con un fallo judicial en la mano que les da la razón. Porque el problema no son ellos, ya que el país puede no pagarles, sino el 92% de los bonistas que aceptaron la reestructuración de la deuda (en los canjes de 2005 y 2010) y que deben cobrar el 30 de junio: si no se arregla con los “buitre”, esos metafóricos fondos alados pueden confiscar los fondos que Argentina gire a Nueva York para pagar los vencimientos de la deuda regularizada. Porque la estrategia de cambiar de dirección de pago no parece factible: decirles a los bonistas que se pagará en Buenos Aires y no en Nueva York es como decirle a un banco X que no podemos ir a pagar hasta su sede y que pase a cobrarnos en casa.

En este callejón sin salida aparente habrá que buscar las rajas por donde se filtre la luz. La claridad, dicen los entendidos, estará en la buena fe, en la seriedad para negociar, en la estrategia inteligente y en los discursos sin bravuconadas.

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