Por María Eugenia Bestani - Profesora de Literatura Anglófona de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT
Hace algunos años, cuando su voz tenía más protagonismo, podía uno, en clase de literatura, mostrar a los alumnos la imagen de Walt Whitman en la portada de su primera edición de “Hojas de la hierba”, y espontáneamente los jóvenes lo identificaban con Bob Dylan. Estaba allí, de mirada desafiante, segura y calma, el sombrero negro de ala volteada, retrato que se transformó en el ícono del poeta urbano estadounidense. La coincidencia no era casual. Bob Dylan conscientemente se insertaba en una tradición literaria, o como bien dice T.S. Eliot, creaba a sus precursores, su propio canon. El sueño americano que avizoraba Whitman en su particular épica fundacional de la nación era retomado por Bob Dylan, con igual pasión e ingenio, aunque desde la visión irónica y desilusionada. Los cimbronazos de la historia: el asesinato de J.F. Kennedy, Vietnam, Corea. No obstante, estaba allí, soplando en el viento, preguntándose “¿cuántas veces?”, denunciando la hipocresía y decadencia moral; sólo necesitábamos los oídos para escuchar. Sus versos abiertos, de aparente simpleza, a los que él llamó “voceros de una generación” se instauraron como árbitros culturales. Así como Whitman, con tan endeble y poderosa arma, también Dylan, el poeta de Nueva York, supo articular el subconsciente colectivo de una época.
Otro visible precursor literario no es americano, sino galés, su epónimo Dylan Thomas (1914-1953). Un poeta con mayúscula, tan musical al punto de pensar que sus poemas más que ser leídos o recitados, merecen ser cantados, y por eso mismo, tan difícil de trasladar a otra lengua. La música de la poesía es intraducible, prueba de ello es intentar traducir las letras de Bob Dylan. Con el poeta galés lo emparientan la concentración metafórica, los paralelismos y repeticiones. Aunque, por sobre todo, la actitud anti-sistema, el tono de rebeldía y contestación (“No entres dócil en esa dulce noche”), y esa mirada eternamente joven.
Alusiones y ecos literarios se cuelan entre líneas también, está Yeats en “estoy en la vereda, pensando en el gobierno”. “Like a Rolling Stone”, considerada la mejor canción de todos los tiempos, dibuja a una Blanche Dubois, la protagonista de “Un tranvía llamado deseo”, de Tennessee Williams, símbolo de la degradación de un orden social y político, de un mundo que tiene que reinventarse para no perecer. Dylan le pregunta ¿cómo se siente?, “¿How does it feel?”, haberse quedado sola, sin dirección de hogar, como una completa desconocida; si uno no tiene nada, nada tiene que perder.
¿Por qué este Nobel de Literatura lo mira directamente a los ojos? Postergado, atemporal, merecido.
Nos mira a todos.
Por Manuel Martínez Novillo (h) - Poeta y Co-editor de TRAMAREVISTA.COM.AR
Casi todos los días escucho por lo menos una canción de Bob Dylan. Además, tengo un retrato de él en una pared de mi departamento; es decir que también le veo la cara a diario. Sin embargo, no me alegró saber que la Academia Sueca le otorgó el Premio Nobel de Literatura 2016. Sobre todo porque pienso que la decisión estuvo basada en una mala idea. Bob Dylan escribe canciones, dijo la secretaria permanente de la academia, Sara Danius, “pero está perfectamente bien leer su obra como si fuera poesía”. El problema es este “como si”. No porque Bob Dylan no escriba poesía (le entregaría mi sueldo por el resto de mi vida a quién me dijera qué es y qué no es la poesía con exactitud), sino porque este “como si” deja entrever que el Nobel no evaluó la obra de Dylan como el producto de su voluntad de crear arte de una manera determinada. Sino que juzgó al cantautor en función de una suerte de producto lateral de sus canciones: algo inconsciente y no buscado, que a Dylan pareciera salirle sin querer, esta “poesía”. ¿Está mal que el arte se perciba de una manera distinta a aquella en que el autor la pensó originalmente? Es un lugar común responder que no es desacertado darle dimensiones impensadas al arte. Pero en este caso no creo que sea ésa la respuesta correcta. Bob Dylan es un compositor intelectual y personalmente muy consciente de su oficio. Sus canciones son un reflejo cabal de su carácter: el de un hombre capaz de mirar el mundo -y mirarse a sí mismo- de una manera estilizada, singular y profunda. El medio que Dylan eligió para mirar –y mirarse- es la composición de canciones (y lo hizo conscientemente); no la escritura de letras que pueden ser leídas como si fueran poesía. ¿Merece Bob Dylan el Nobel? No sé. Tampoco creo que sea importante zanjar esa cuestión. Lo que Dylan sí merece (y esto sí importa) es ser juzgado por lo que él mismo hace -a consciencia- con esmero y talento desde hace cincuenta y cinco años, y no por lo que parece que también haría.
Por Santiago Caminos - Cantante y guitarrista de la banda Tripas Calientes
Cuando escuché la noticia me convertí en el hombre más feliz del mundo, porque se trata de un reconocimiento y un triunfo de la contracultura. Siempre pensé que podría suceder, pero tenía miedo de que fuera un reconocimiento póstumo. Es que aparte del altísimo valor estético, su poesía tiene un contenido conceptual preponderante, que influyó y que aún influye en el pensamiento de las generaciones de más de 60 años. Dylan tiene la capacidad de convertir la complejidad de la vida en poesía, de una manera altamente poética, que a veces es difícil de entender, pero que también logra una simpleza asombrosa.
Dos cosas marcaron definitivamente mi vida y mi accionar artístico: una fue Woodstock, con esa esperanza de un mundo mejor, de que todo iba a cambiar, de que el amor iba a modificar el mundo; y otra cosa que me marcó fue justamente Bob Dylan, particularmente la canción “It’s Alright, Ma (I’m Only Bleeding)”, que está en la película “Easy Rider”. Varias estrofas concluyen con una frase muy simple: And it’s alright, Ma, I can make it (“pero está bien, mamá, puedo hacerlo”). A todos los desastres y horrores que he vivido los he podido amortiguar pensando en esa frase, recurriendo a mi “papá Dylan”; sin él y sin mi “tío Lennon” no hubiese podido atravesar muchos tiempos oscuros. Yo puedo hacerlo, va a ser fácil.