Santiago Kovadloff: “Si podemos atenernos a la ley, la posibilidad de convivencia se ve facilitada”

Reflexiona sobre la misión del filósofo, cuenta de qué tratará su nuevo libro y brinda algunas claves para superar los antagonismos sociopolíticos y salir adelante.

Kovadloff sostienen que no importa que en la política discutan mientras la palabra sea sinónimo de convivencia. la gaceta / foto de DIEGO ARAOZ (archivo) Kovadloff sostienen que no importa que en la política discutan mientras la palabra sea sinónimo de convivencia. la gaceta / foto de DIEGO ARAOZ (archivo)
16 Enero 2023

Los anteojos rojos de montura ancha, las cejas negras y gruesas entre la barba y el pelo grises, la frente amplia, los ojos oscuros que se desvían de vez en cuando al hablar. La voz grave, profunda, y la mente despejada y vibrante. A los 80 años, Santiago Kovadloff (Buenos Aires, 1942) conserva la vitalidad de siempre y habla de los temas de siempre: el amor, la muerte, la alegría, el fracaso, la amistad, la soledad, la escritura, el vacío. Así, Temas de siempre, se titula su próximo libro, que aparecerá en las vidrieras de las librerías en marzo, a más tardar en abril. “El subtítulo es Notas sobre lo que insiste en no perder actualidad -cuenta-. Son cuestiones fácilmente reconocibles para todos pero tratadas de una manera que, espero, les descubra un matiz significativo que ha escapado a la mirada más o menos convencional”.

En diálogo con LA GACETA, Kovadloff rastrea sus influencias intelectuales. Sin despertar demasiada sorpresa, primero las remonta hasta Heráclito, pero luego las desvía, quizá inesperadamente, hacia Beethoven. “Escuchándolo aprendí a administrar hasta donde puedo el fraseo de mi propia poesía y de mis propios ensayos. Su alternancia de intensidades y velocidades en la música tiene un influjo enorme en la composición de mis textos”, transmite. Y, al cometer la arbitrariedad de elegir a uno solo de los grandes escritores, se decanta por Albert Camus: “su obra ha sido decisiva en mi comprensión del sentimiento de lo trágico, que ha tenido un papel fundamental en mi escritura”.

Ciudadano ilustre, intelectual distinguido, ensayista, poeta, músico, traductor, cuentista infantil… Kovadloff, el multifacético, no elige ninguno de sus oficios; su alegría al trabajar los abarca todos. “La composición de un ensayo me depara tanta alegría como la de un poema -expresa-. ¡Y qué decir de la traducción! Yo comparo la tarea de traducir con la de un intérprete musical o la de un actor. La partitura es la obra original, ¡y cómo no sentirme realizado al ejecutarla en mi idioma! Y lo mismo diría de cualquiera de mis géneros, de los cuentos para niños incluso. Me resulta encantador hacerlo”. Acaba de cumplir 80 años y, ya ha recibido la mayoría de los premios a los que puede aspirar un intelectual argentino.

-¿Se siente realizado o aún le quedan deseos por cumplir?

-Diría lo siguiente: sentirse realizado significa simultáneamente estar de acuerdo con lo que uno ha hecho con su vida e impulsarse a cumplir lo inconcluso de nuestra vocación. De modo que sí me siento realizado, porque mis deseos insisten en hacer más en la medida en que se alimentan de los logros que uno alcanza.

-Como filósofo, ha escrito sobre todo ensayos de lectura amena y nunca se ha perdido en mamotretos ininteligibles para el común de la gente. ¿La filosofía necesita ser oscura para transmitir su profundidad?

-Solía decir Ortega y Gasset que la claridad es la cortesía del filósofo. ¿Por qué? Porque los temas que aborda son complejos pero él tiene la posibilidad de tratar de ser claro al transmitir lo oscuro. No se trata de perder oscuridad, sino de hacerla evidente. Aparte de eso, yo creo que todo depende de la concepción que al escribir se tiene, aunque sea inconscientemente, del destinatario de un texto. Yo siempre me siento en diálogo con el lector, en una conversación donde la claridad me parece indispensable.

-¿Esto tiene que ver con alguna concepción sobre la función social del filósofo?

-En el orden social, yo creo que el filósofo tiene la responsabilidad de hacer preguntas donde reinan las respuestas. La tarea del filósofo es reabrir los cuestionamientos allí donde se los ha cerrado y buscar por todos los medios posibles que lo complejo pueda superar la frivolidad de lo esquemático. Solo de esta manera se puede insinuar la realidad por medio de las palabras. Y esto vale tanto para la poesía como para el ensayo.

-En Locos de Dios propone reconocer los conflictos entre ética y política a través de alguna figuras como Sócrates o Maquiavelo. ¿Qué es necesario para que ética y política se reconcilien?

-Atenernos a un concepto compartido de la ley. Nosotros tenemos una carta magna que se llama Constitución. La Constitución es la palabra consensuada por una población para convertirse en comunidad cívica. Si nosotros podemos atenernos a la ley, entonces la posibilidad de convivir se ve facilitada: sin eliminar la discusión y la disidencia, inscribimos ambas cosas en un orden común. Pero eso es algo que no está ocurriendo hoy en Argentina, porque si bien es cierto que el populismo ha sostenido las máscaras de las instituciones de la república, también lo es que las ha vaciado de significación democrática. Y, en consecuencia, estamos más lejos que nunca de la convivencia, ya que la palabra de la Constitución es desoída habitualmente de una manera radical y peligrosa.

-A pesar de esto, usted ha dicho hace poco que mantiene sus esperanzas en el futuro del país. ¿Sigue siendo así?

-Yo nunca he perdido la esperanza. Es más: creo que llamarse democrático y liberal en el orden político significa estar gobernado en la acción y en el pensamiento por la esperanza de rectificar el error y profundizar el acierto. Cuando la esperanza cae, se le abre el camino al autoritarismo, la demagogia y los liderazgos mesiánicos. Entonces, mientras aspiremos a vivir en el marco de una democracia, la esperanza estará viva aunque la adversidad sea inmensa.

-¿Y qué es lo que necesitamos para superar esa inmensa adversidad?

-[Calla unos segundos] Voy a ensayar una respuesta. Nosotros necesitamos fuerzas de centroderecha y centroizquierda. Es indispensable que las haya porque unas y otras representan matices en la lectura de un patrimonio de valores compartidos, que es el centro. Si hay acuerdos sobre la necesidad de que la Constitución impere sobre los extremos, tendremos la posibilidad de que dentro de un mismo sistema se pueda llevar a cabo la reconciliación por la vía del diálogo, la discusión y la búsqueda de consensos. De no ser así, si el populismo siguiera gobernando el país, entonces lo que advertiríamos es la reducción del concepto de centro al de hegemonía, con lo cual el país seguiría sumergido en la deuda profunda con su renovación. Por eso es necesario alentar la formación de una centroderecha y una centroizquierda que promuevan el bien común. Que discutan, pero que la palabra vuelva a ser sinónimo de convivencia para que entonces podamos superar la grieta y recuperar no solo la capacidad de hablar sino también la de escuchar.

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