¿Qué es ser un anciano? ¿Cuándo pasamos a serlo exactamente? Las respuestas de hoy no serán las mismas que hace 30 años. Las respuestas de ese entonces tampoco fueron iguales a las que hubiésemos dado en 1964, por ejemplo. Este fenómeno mutable en cada ciclo, se repite hacia atrás y seguramente también lo haga hacia adelante en el futuro. Las preguntas vuelven a surgir ahora debido a que el miércoles se celebra el Día de la Ancianidad y trataremos de contestarlas aquí, pero anticipando que la etiqueta que buscamos no puede pegarse de forma taxativa y son muchos los factores que influyen para hacerla efectiva.
“Todo el mundo quiere vivir mucho, pero nadie quiere ser viejo. Ser viejo era como cerrar el capítulo de la vida”, asegura Aurora Rueda, médica gerontóloga y ex directora de la Sociedad de Geriatría y Gerontología de Tucumán. No es lo primero que dice en la entrevista que mantuvo con LA GACETA, pero su definición tiene la potencia para explicar lo que hoy significa ser un anciano. O mejor dicho, lo que implicaba, porque esa frase con sabor a refrán, va perdiendo terreno. “Hay un nuevo paradigma en la vejez”, advierte. El nuevo paradigma implica un cambio en la definición de “anciano” y su edad técnica y en los propios ancianos y su autopercepción. Quizás, también, una cosa llevó a la otra. “En el siglo pasado, a los 50 años ya eras un viejo y la vejez era sinónimo de decrepitud. Entraban en un período de vida que llamaban ‘descartable’. De hecho, si vemos el diccionario todos los términos referidos a la vejez son peyorativos”, explica. Es decir, lo que hace 30 años era un anciano, hoy ya no lo es.
Pero el nuevo paradigma, decíamos, también implica la mirada del mismo anciano. “Los ‘viejos’ de hoy son personas que han asumido su condición de ser. Saben ahora que están en una etapa no acabada, para nada. Descubrieron que son seres potentes de un porvenir. La vejez hoy está asociada a la proyección. Aunque tengan 95 años, aunque les quede un día de vida, siguen proyectando”, añade Rueda.
¿Por qué el cambio? ¿Por qué los ancianos ahora son conscientes de que pueden seguir proyectando? Rueda lo tiene claro, son mucho más capaces de lo que la sociedad realmente cree: “La ancianidad del siglo XXI ha encontrado su espacio para proyectar y no es casualidad. Somos muchísimos y obviamente cada vez somos más, es natural. Somos tantos los ancianos, que no podía ser de otra manera. Además, las generaciones del ’50, 60’ hemos pasado por tantos, pero tantos cambios… Tecnológicos y sociales. Y nos hemos amoldado y acomodado a absolutamente todos. Hemos acompañado a la sociedad en todo momento. Nuestra capacidad de plasticidad es realmente notable”.
Jubilados activos
El cambio de paradigma no solo se ve desde el punto de vista médico, como el que puede aportar Rueda. María Inés Salvatierra es abogada especialista en derecho previsional y se dedica a gestionar las jubilaciones de los tucumanos desde hace 31 años. “Hace 30 años el hombre de 65 o mujer de 60 se encontraban en la finitud de la vida laboral. El avance de la medicina, la mejora en la calidad de vida, la alimentación, los cuidados médicos, las actividades deportivas, entre otras cosas, han hecho que hoy la persona que llega a nuestra oficina, en general, se encuentra plenamente activo y vital”, cuenta.
¿Por qué entonces quieren jubilarse? “Se jubilan para seguir haciendo otras cosas. Otro tipo de actividades. Quieren seguir trabajando de forma privada, emprender, hacer deporte, viajar, socializar”, explica Salvatierra. Ella misma es un ejemplo de lo que está diciendo. En septiembre cumplirá 60 años y está muy lejos está de ser y/o considerarse una anciana. “Sigo trabajando y tengo pensado seguir. Además soy deportista: hago trail running desde hace 20 años y todo el tiempo que no estoy trabajando estoy haciendo cosas”, detalla.
La pregunta vuelve a hacerse porque la separación entre la palabra “jubilación” y “vejez” cada vez parece ser mayor. Vamos otra vez: ¿Por qué entonces quieren jubilarse? Aquí encontramos más argumentos. Salvatierra asegura que el contexto económico y político del país también influye. Es que el miedo a una posible reforma o el aumento inflacionario constante desde hace años llevan a sus clientes a querer asegurarse la jubilación. Una vez jubilados adquieren ese derecho y se aseguran ese ingreso, se cubren ante potenciales cambios y además se hacen del tiempo necesario para realizar todo lo que los jubilados de ahora hacen y no hacían tanto hace 30 años.
“Correré hasta que me alcance la muerte”
Miguel Gianfrancisco encarna todo lo que podría considerarse el nuevo paradigma de la vejez. El hombre tiene 76 años y desde hace 60 que corre. Corre por Yerba Buena, corre por San Miguel de Tucumán, corre en Buenos Aires, corre en Nueva York, corre en Berlín. Miguel Gianfrancisco corre por todos lados. “Llevo corridos 167.000 kilómetros. Hice los cálculos y podría haber dado cuatro veces la vuelta al mundo por el Ecuador con ese número”, señala. Se dedica a correr maratones desde hace exactamente 60 años. 60 años corriendo, leyó bien. Corrió 68 maratones de 42 kilómetros y 79 de 21k alrededor del país y todo el mundo. También está lejos de considerarse un anciano y los 80 kilómetros que corre en la avenida Perón por semana son un buen argumento para el que quisiera discutírselo.
“Correr es un cable invisible que me conecta con el mundo o me libera hacia eso universos, desconocidos e infinitos que viven dentro mío. Correr será siempre para mí una pasión interminable. Correr es mi forma particular de meditación. Cuando estoy corriendo me doy cuenta que mis pensamientos se vuelven más naturales y positivos, y me siento más creativo”, escribió Gianfrancisco en el libro “Memorias de un corredor”, que publicó en 2017. El texto continúa así: “Voy a continuar gastando zapatillas, voy a correr hasta que mi cuerpo diga ¡basta!, voy a correr hasta que me alcance la muerte, y luego voy a continuar haciéndolo, porque correr no es solo algo que me hace bien o una especie de filosofía de vida, sino porque correr se convirtió, desde tiempos remotos, en mi única y sagrada religión”.
Correr es la única religión de Miguel, que con 76 años sigue creyendo en sí mismo y proyecta, tal como nos había advertido la gerontóloga Aurora Rueda al principio. Gianfrancisco además es geólogo, jubilado como profesor de la Universidad, pero sigue ejerciendo de forma privada. Su tiempo libre se divide entre ese trabajo y lo mucho que corre.
La jubilación no lo frenó
Otro ejemplo de que un anciano del siglo pasado no es lo mismo que uno de hoy es Jesús Durán. Cerca de los 70 (67), Jesús, un jujeño instalado en Tucumán desde hace más de 40 años, ganó el Trasmontaña hace poco más de una semana en su categoría, la Máster D2. Lo hizo junto a su compañero Luis León y con el convencimiento total de que está lejos de “cerrar capítulos de su vida”.
Durán se jubiló como profesor de Educación Física, carrera que empezó a estudiar en la provincia hace 42 años. “La jubilación no me frenó, todo lo contrario. Me dio más tiempo para hacer cosas, como el mountain bike. Esto me mantiene activo. Compartir y socializar me ayuda mucho”, asegura. “No me siento un viejo, ni menos un anciano”.
Durán conoció el mountain bike hace 28 años, cuando él no estaba ni cerca de la ancianidad pero sí cuando este grupo era tratado de forma diferente. Lo curioso de su caso es que luego de 28 años corriendo, jubilación mediante y con varias carreras ganadas, no solo colabora para mantenerse activo pese a estar cerca de los 70, sino que les enseña a otros a hacerlo. “Tenemos una escuelita de mountain bike con mi hijo. Yo me ocupo de los alumnos mayores, de mi edad y salimos dos o tres veces por semana. Ellos quieren calidad de vida, no les interesa la competencia. Quieren socializar, además”, cuenta.