

Nadie puede negar el placer de viajar, de conocer aunque sea por unos instantes lugares y costumbres diferentes. El tema es que desde luego hay polémicas muy importantes acerca de la “filosofía del turismo”. Uno acude a los argumentos en contra de viajar especialmente cuando no tiene un peso para desplazarse. Es éste carácter de “estaquiao” lo que, por ejemplo, lleva a este columnista a hacer lo que todo filósofo haría en su situación: defender que viajar es un gesto frívolo, de progre presumido, woke, superfluo y repudiable.
No se debe menospreciar la fuerza intelectual y artística que promueve la condición de “estaquiao”: grandes zambas y chacareras - sino las mejores - nacen de este re-sentimiento. Vaya usted a los lugares que pintan estos artistas con sus canciones (el puente carretero, Dean Funes y el norte cordobés por dar algunos ejemplos) y tendrá una muestra contundente de la capacidad creadora que esta situación libera el “mejor me quedo” de quienes no se pueden ir.
Lo cierto es que las críticas al turismo no son nuevas y han contado con ilustres detractores. G. K. Chesterton escribió que “viajar estrecha la mente”, mientras que Ralph Waldo Emerson lo calificó como “un paraíso de tontos”. Fernando Pessoa, en su maravilloso Libro del desasosiego, destiló su desprecio por el viaje con frases lapidarias: “Solo la extrema pobreza de imaginación justifica tener que moverse para sentir”.
Siguiendo esta línea, Agnes Callard, filósofa de la Universidad de Chicago, quien ha presentado estos y otros pensadores con argumentos ilustres “anti viaje”, se ha convertido en una de las voces más frescas y contundentes contra el turismo en los últimos meses.. Apasionada por el diálogo y estudiosa de Sócrates, su ensayo The Case Against Travel, publicado en The New Yorker, generó gran revuelo. Allí sostiene que el turismo nos convierte en versiones empobrecidas de nosotros mismos mientras nos hace creer que estamos en nuestro mejor momento. Identifica varias paradojas en la experiencia turística: viajamos para ser distintos, pero regresamos iguales; buscamos lo auténtico, pero terminamos en experiencias preformateadas; anhelamos el contacto con otras culturas, pero acabamos imponiendo las nuestras.
El turismo, según Callard, no es una fuente de enriquecimiento sino de autoengaño. Es una forma de locomoción sin propósito, en la que lo importante no es estar en un lugar, sino poder decir que se estuvo allí. “Me encanta viajar”, señala Callard, es la afirmación más vacía que alguien puede hacer, porque casi todo el mundo la comparte, pero pocos pueden explicar por qué. El turista se aferra a fotos y souvenirs como pruebas de una transformación que, en realidad, nunca ocurrió.Los relatos de los viajeros, que cuentan su experiencia cual Magallanes aventureros suelen ser insufribles y terminan haciendo el personaje Magallanes.
Ya que estamos en nuestros pagos, la crítica al turismo no es sólo una moda actual de otros países.El genio de Roberto Arlt, en sus Aguafuertes porteñas, exhibe su desprecio por los viajeros fue muy duro con los porteños eurocentricos : “¡Oh, los viajeros! Vuelven de Europa ‘cambiados’. Cambiados por fuera, porque ahora saben decir ‘merci’ y ‘bonsoir’, pero con la misma mentalidad … eso sí, han visto la Torre Eiffel y pueden hablar mal de Buenos Aires con autoridad.”
Recuerdo a Facundo Cabral mofarse de los artistas que viajaban “ siguiendo a la música”. El hombre que recomendaba no crecer les decía “ !ah si no sabia que la música estaba allá y no aquí en Argentina¡”. Estaba equivocado. Es extraño que Cabral, poeta tan sensible, no haya tenido en cuenta que la música tal vez sea el viaje mismo de buscarla. Cada itinerario y pasajero son distintos. también hay muchísimas formas malas y buenas de quedarse. Lo mismo vale para la felicidad y las ganas de buscarla en cualquier parte. No todos los viajeros son turistas ni los que se quedan es porque no quieren irse. Algunos hacen millas pero resulta que son estaquiaos con mucha soga y hay otros que tienen tal gratitud de poder viajar y liberarse por un rato que dan vuelta al mundo en cada travesía, por pequeña que sea. A veces les basta un libro o una buena canción. Y si es en el cerro, mejor.