La nueva normalidad se construye desde la profundidad. Una economía que, en el otoño de la fuerte y prolongada cuarentena, ha mostrado el peor registro en más de un siglo: una caída de 26 puntos durante abril. Las estadísticas oficiales se perfilan en la misma sintonía que las de los organismos internacionales y de las consultoras privadas. El Producto Bruto Interno (PBI) de Argentina se apresta a cerrar este 2020 casi con la misma velocidad de caída de las peores crisis que tuvo que atravesar su población, entre un 11% y un 15% al terminar el período. Es la tendencia que ha mostrado el primer cuatrimestre. Y, probablemente, lo que sucederá en los próximos meses por efecto del confinamiento por la pandemia de la covid-19.

El efecto en la industria ha sido devastador. La mayoría de las fábricas trabajó casi a la mitad de su capacidad instalada; la construcción registró una estrepitosa merma, del 86% y, salvo los rubros considerados esenciales, la inactividad en el comercio ha sido fuerte. Ese fenómeno persiste, 100 días después de declararse el confinamiento en todo el país. Desde el último tramo de marzo, cuando el presidente Alberto Fernández, lanzó el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, el 23,2% de las empresas comerciales y de servicios sigue sin operar y el 45,9% lo está haciendo con limitaciones, de acuerdo con una encuesta de la Cámara Argentina del Comercio y los Servicios (CAC). Pero el signo negativo en el rumbo económico era previo, de al menos 30 meses de arrastre, según el Índice Compuesto de Actividad Económica (ICAE), elaborado por el economista Juan Mario Jorrat. La fase de caída de la actividad económica se inició en noviembre de 2017.

Históricamente, en tiempos de recesión, la economía suele caer al 0,5% mensual. Esto quiere decir que, aún excluyendo la covid-19, la situación de la argentina es muy mala, y continuar con la recesión es condenar a la pobreza a millones más, señala el director del Centro de Investigaciones del Ciclo Económico y Crecimiento. Jorrat apunta que, para que el país vuelva a la senda del crecimiento con prontitud, lo primero que debe restituir es la confianza. Claro que el panorama se muestra demasiado nublado, debido a una prolongada renegociación de la deuda con los acreedores de un país al que el mundo ya catalogó en default.

Sin arreglo, las que más sufren los efectos de una Argentina en cesación de pagos serán las empresas privadas y con el efecto cascada que ese cuadro significa. Sucede que las compañías necesitan imperiosamente de préstamos a tasas razonables para poder subsistir a la pandemia y reconstruir el negocio más allá de este pandémico 2020. La sobretasa que debe pagar un bono argentino frente al rendimiento de los títulos a 10 años que emite el Tesoro de los Estados Unidos es demasiado elevado para lo que el mercado global ofrece a un país en situación regular y que no está ni el nivel 4 o 5 del Veraz mundial. El riesgo país (ayer se ubicó en 2.494 puntos básicos) está relacionado con la eventualidad de que un estado soberano se vea imposibilitado o incapacitado de cumplir con sus obligaciones con algún agente extranjero, por razones fuera de los riesgos usuales que surgen de cualquier relación crediticia, según su definición técnica.

El efecto cascada se nota en todos los niveles de la economía. El 86,5% de los hogares argentinos registra un incremento del endeudamiento bancario y no bancario. En promedio cada familia adeudaba en junio $ 159.738 (el equivalente a casi cuatro sueldos promedio mensuales del sector privado formal), 6% más que en mayo, de acuerdo con los datos del Centro de Economía Regional y Experimental (CERX). Ese monto no incluye los costos asociados a moras y retrasos, que fueron en incremento con los días en cuarentena y podrían incrementar fuertemente ese stock. A su vez, la deuda no bancaria promedio por cada hogar argentino fue de $ 62.000.

¿Cuáles son las principales preocupaciones pospandemia de la sociedad argentina? El mismo reporte lo visualiza: el 61,8% de los consultados sostiene que cuando se levante la pandemia y se regularicen los ingresos destinará esos fondos prioritariamente a pagar deudas atrasadas, 16,2% a mayor consumo de bienes y servicios y 5,7% a mejorar la vivienda.

La pandemia, a su vez, trazará con más fuerza la línea divisoria entre estratos sociales, en un país que, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), el más rico tiene ingresos que son 23 veces mayores a los del decil más bajo de la cadena social. La pobreza se incrementará a niveles de crisis cuando el organismo estadístico difunda el comportamiento de esos datos al primer semestre del año. El umbral de ingresos mínimos para no caer en esa situación es muy elevado y no acompaña al crecimiento de los fondos que recolecta una familia tipo. Sólo en la población asalariada, se registran 8,7 millones de asalariados con ingreso promedio de $ 30.080 (son los más expuestos al descenso en la pirámide socioeconómica). El ingreso promedio de los asalariados con descuento jubilatorio es de $ 37.519, mientras que en el caso de los asalariados sin descuento jubilatorio equivale a $ 15.980. La informalidad laboral es una fábrica constante de pobres. Un estigma que ningún gobierno (y naturalmente gran parte de las empresas) se atrevió a eliminar gradualmente. Esos ingresos de los trabajadores en negro, claramente, también son de subsistencia. La reconstrucción económica argentina demandará tiempo. Mucho tiempo. Y requiere de un gran acuerdo económico y social, librado de toda ideología.

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