Para los porteños y bonaerenses el colectivo puede ser un invento argentino, necesario y entrañable como el dulce de leche. Para los salteños es un útil medio de comunicación. Para los tucumanos es una piedra en el zapato. No permite moverse. Este, el año de la pandemia que agrava todos los males preexistentes, ha traído el certificado de defunción para el sistema de transporte público en la provincia, que arrastraba una agonía larguísima, atravesado por los problemas, trabado en sus soluciones, convertido en un maltrecho despojo que va dejando de moverse y al que nadie parece querer.

Lo dicho: para porteños y bonaerenses el bondi es una institución. El tango y el rock le han dedicado elogios sobre su presencia en la vida cotidiana -“Tango del colectivo”; “Se rechifló el colectivo”; “Qué ritmo triste” (Calamaro vincula al ómnibus representativo de Buenos Aires, el 60, con el Titanic); “Blues de la amenaza nocturna”; “El 146”-; Les Luthiers les cantaron a los colectiveros y hasta el gran símbolo de la idea del astronauta argentino, el Capitán Beto, de Spinetta, fue colectivero.


Mitología de recorridos cotidianos

En Tucumán ya no se distingue estéticamente esa mitología colectivera, aunque los que peinan canas acaso se acordarán de las figuras emblemáticas al volante de las unidades que vinculaban los barrios y las localidades, como fueron Corti y Calderón en el 102 de Yerba Buena hace décadas. Debe haber muchos de esos choferes en el Tucumán actual. Una recorrida por las líneas podría mostrar los vínculos hasta afectivos con el pasaje de los conductores que conocen de memoria quién sube y quién baja en cada parada. No son viajes al azar, sino recorridos cotidianos que conectan a la sociedad. Pero la mitología se está cayendo de la mano de la crisis. “Si esto sigue así como así, ni una triste sombra quedará”, canta el Capitán Beto.

Los entretelones de la decadencia del transporte público se han expuesto de todas las formas en los intensos dos años que han pasado desde que se cambiaron las reglas de juego en el gobierno de Macri. La agonía, que se mantenía en una pendiente, entró en caída libre al cambiar el sistema de subsidios –merced a las transformaciones del pacto fiscal que acordaron Macri y los gobernadores- y al entrar el gobierno de Fernández a administrar la gestión en medio de la crisis de la deuda. Encima, les cayó la pandemia. Consecuencia, las empresas cayeron en su mediano default –una peor que otra-; los choferes en desesperación y los pasajeros en el abandono. Huelgas. Desde agosto hasta ayer hubo 16 días seguidos de paro de transporte. Todo eso, con la suba del valor de los subsidios de parte de la Nación y también de la Provincia. Pero el aumento es de suma fija y en un contexto en que la inflación sigue carcomiendo los ingresos y en que la pandemia prácticamente anula los desplazamientos. De hecho, los colectivos volvieron a funcionar pero sólo para usuarios de tareas esenciales. Eso no deja ganancias que permitan siquiera parar la olla.

Los legisladores sacaron una ley que obliga a que los subsidios vayan a pago de sueldos. No se aplica porque los subsidios llegan caóticamente, con atraso de 90 días. Les deben aún los sueldos de julio y agosto, además de medio aguinaldo y sumas fijas a los choferes. ¿Qué hacen ellos? Ayer se contaron historias en LA GACETA. Uno se las rebusca como taxista, otro como panadero. “Las manos/ Ya cansadas de apretar/ La bronca…/ De pedir sin que te den,/ Y al fin perder las cosas/ Que te importan./ Las cosas de verdad que tanto importan”, canta Goyeneche su “Tango del colectivo”.

Ayer se pagó el subsidio de junio, el saldo de julio y de aguinaldo, y la diferencia pendiente de diciembre. Todos saben que el conflicto volverá dentro de pocos días porque el subsidio atrasado no evita la deuda que se va a generar en breve, ya vencido el sueldo de agosto. Porque el sistema es inviable y porque en la emergencia las autoridades no sacan la cabeza del fango económico. Se aprobó en el Congreso nacional un fondo federal del transporte que permitiría llegar a fin de año, pero nadie explica por qué se atrasan las remesas. Mario Meoni, el ministro de Transporte nacional, reconoció hace meses en Tucumán las inequidades del sistema para el interior del país, pero dejó en claro que la discusión del tema se dará en 2021. Por ahora la Nación está preocupada por sostener a su principal distrito electoral, Buenos Aires. De hecho, la vuelta atrás en esta discusión que dio el presidente Alberto Fernández al quitarle un punto de coparticipación Federal a la Capital Federal para dárselo a la provincia de Buenos Aires muestra los desmanejos y preferencias discrecionales en el reparto. Pese a que sabe que esta medida es una muestra de cómo se perjudica al interior, el gobernador Juan Manzur se quedó callado. Lo cual puede explicar cómo fue que el transporte colectivo llegó al fondo del pozo.


Para todos

Hoy están todos (oficialistas y opositores) entusiasmados con la idea de que acaso se pueda discutir para el próximo año un sistema como el de Salta, donde a los empresarios les pagan por un lado sueldos y cargas sociales (no reciben ingreso por venta de pasajes) y por otro les pagan el combustible. Aparte hay un precio por kilómetro recorrido. Hace un mes (01/08), Claudio Mohr, presidente de la empresa que administra el sistema en Salta, explicó cómo funciona desde hace 15 años: 11 empresas; boleto urbano mínimo a $ 25; 620 colectivos; 2.300 empleados; subsidios nacionales por $ 80 millones y provinciales por $ 200 millones. Tucumán tiene 56 empresas, boleto a $ 30, 1.200 colectivos, 3.600 empleados, subsidios nacionales por $ 153 millones y provinciales por $ 80 millones. Si se aplicara en nuestro medio como en Salta, la provincia debería al menos triplicar su aporte. Si esto se está discutiendo en las comisiones que estudian el modelo salteño, explicaría el silencio y la inercia frente al conflicto. No saben de dónde van a sacar plata para cambiar las cosas, que ya son insostenibles.

En la entrevista, Mohr dejó ver que en Salta se mantiene parte de esa mitología del colectivo como medio integrador social. “El transporte, cuando funciona bien, deja de ser usado sólo por trabajadores y personas humildes. Cuando su uso es generalizado es porque de verdad es una solución para trasladarse para cualquiera, haciendo que quienes tienen auto o motos elijan el colectivo. El servicio debería mejorar para que todos lo usen más allá de su situación económica. Porque verdaderamente aporta para trasladarse fácilmente en las ciudades”. Sorprende que este debate haya quedado sepultado por la urgencia de estar en el pozo por la vista obnubilada de los dirigentes, ya lamentablemente acostumbrados a actuar parchando ante los hechos consumados. “Se rechifló el colectivo que tomé para tu casa/ yo vi que el colectivero, por Sandiablo, bocinaba/ raros tangos que Alfonsina con Ray Bradbury bailaba/ sobre el capó entre un tumulto de camelias y galaxias/ y perdió, de tumbo en tumbo, la vergüenza y las frenadas”.

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