Ucrania y sus circunstancias

¿Tenía Rusia razones para sentirse acorralada y provocada; para percibir a Occidente como a un enemigo? Sí, las tenía. Sin embargo, nada justifica esta invasión y esta guerra que están destrozando a Ucrania. Es por eso que ambas deben ser condenadas. Por Patricia Kreibohm.

UNA CARA DEL HORROR. Las secuelas de los bombardeos en Ucrania. ARCHIVO LA GACETA UNA CARA DEL HORROR. Las secuelas de los bombardeos en Ucrania. ARCHIVO LA GACETA
17 Abril 2022

Empecemos este análisis con sus protagonistas porque, además del agresor y del agredido, los EEUU, Europa y la OTAN también están involucrados. Todos ellos tienen algún grado de responsabilidad. Han cometido imprudencias, errores y omisiones que nos han conducido hasta aquí.

Pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, EEUU y la URSS se enfrentaron en la Guerra Fría. Cada potencia se preparó para defenderse de los posibles ataques de la otra. Así, en 1949, EEUU, Canadá y nueve países europeos fundaron la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Años después, en el 55, la URSS con otros siete países creó el Pacto de Varsovia. Así pasaron los años hasta que, en 1991, cayó la URSS.

En ese momento, el mundo se ilusionó con la posibilidad de unirse y cooperar.

Cuando desapareció la URSS, las 15 repúblicas que la integraban se convirtieron en países soberanos. Para todos ellos, esta década fue dramática: con economías devastadas y sistemas políticos inexpertos y frágiles, la pobreza, el desempleo y la delincuencia los sumieron en una verdadera catástrofe. En otras palabras, este tránsito del socialismo hacia la economía de mercado y la democracia, tuvo un costo atroz; un costo que el resto del mundo no pareció advertir.

En Europa Occidental, la situación era diametralmente opuesta. Los progresos de la Unión habían mejorado notablemente la calidad de vida de sus poblaciones. El bienestar facilitó que estos países se relajaran. Y como la paz parecía ser un estado inmutable, sus gobiernos dejaron en manos de la OTAN su sistema de defensa.

Para EEUU fue una década exitosa. Se abocó a consolidar su liderazgo global. Así, el presidente Clinton intentó extender su frontera hegemónica mediante nuevos instrumentos. Uno de ellos fue la Doctrina de la Guerra Humanitaria que le permitió intervenir en distintos escenarios del planeta.

En cuanto a la OTAN, en 1991 se cuestionó su continuidad pues, habiendo desaparecido la URSS, no parecía lógico mantenerla. Sin embargo, en 1999 se amplió, incorporando a República Checa, Hungría y Polonia.

Cuando se inició el nuevo siglo las cosas empezaron a cambiar. Rusia sometió a Chechenia; EEUU sufrió los atentados del 11-S y se internó en el oscuro laberinto de la guerra contra el terrorismo. En 2004, la OTAN volvió a ampliarse; esta vez sumando a Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovenia y Eslovaquia. El Kremlin se crispó. En 2008, Putin promulgó la Estrategia de Seguridad y, en 2010, la Nueva Doctrina Militar. En ese año, declaró: “la Federación de Rusia está dispuesta a cooperar con el resto de los Estados en todos los temas de interés común, siempre y cuando se la respete y se la trate como a una igual. Rusia no tolerará otra ampliación de la OTAN que comprometa su seguridad...Lo advertimos ahora. No vacilaremos en emprender acciones unilaterales si lo consideramos necesario para defender nuestras fronteras y resguardar nuestros intereses”.

En 2014, las manifestaciones del Euro-Maidán agudizaron el problema pues una parte de la población ucraniana solicitaba el ingreso del país a la UE. Esto disparó la reacción de Moscú que decidió avivar el separatismo en Crimea; poco después, la península fue anexada. La respuesta de Kiev fue contundente: solicitar su ingreso a la OTAN. Entonces, Rusia empezó a apoyar el reclamo de autonomía del Donbás; una región que denunciaba ataques y crímenes cometidos por el gobierno de Kiev. Putin afirmó: “recordamos perfectamente cómo nos ha tratado Occidente en los últimos tiempos y está claro que, cuanto más retrocedemos, tanto más descarados y agresivos se vuelven nuestros oponentes. Con gusto, los enemigos de ayer nos hubieran lanzado al camino del desmembramiento. No sucedió y no sucederá porque no vamos a permitirlo”.

En 2017, el parlamento ucraniano formalizó ese pedido de ingreso. En ese mismo año, Montenegro se sumó a la Alianza. En 2020 Zelenski ratificó su voluntad de entrar en la OTAN y en 2021 Macedonia del Norte también fue incorporado. En diciembre, Rusia trasladó tropas a la frontera ucraniana y el 24 de febrero de este año inició la invasión.

Errores, omisiones e imprudencias

Rusia ha intentado restablecer un modelo de seguridad anacrónico, propio del sistema bipolar. Ha identificado a Occidente como a un enemigo y no ha buscado ni el diálogo ni el consenso para resolver sus demandas. Además, ha estimulado los separatismos, contribuyendo a crear conflictos internos en otros países.

Europa, concentrada en su bienestar, tampoco ha buscado más y mejores formas para entenderse con Moscú. Con su sistema de seguridad en manos de la OTAN, desatendió los problemas de Europa del Este, demostrando su falta de visión política y estratégica.

La OTAN ha actuado de manera imprudente en su política de ampliaciones. No ha evaluado adecuadamente sus riesgos y consecuencias. No ha tomado en cuenta las demandas de Rusia y no buscó la forma de proteger a sus aliados sin desafiar al Kremlin.

Ucrania también cometió errores. Su situación no es la de cualquier otro país; está duramente condicionada por sus circunstancias. Por lo tanto, su ingreso a la OTAN era una apuesta muy arriesgada. Sin embargo, permaneció demasiado tiempo en ese limbo geoestratégico -ni dentro de la Alianza, ni neutral- lo cual representó un grave error político que la convirtió en un peón que está siendo sacrificado en el juego de ajedrez de las grandes potencias.

¿Qué busca Rusia y hacia dónde vamos?

El Kremlin tiene dos tipos de objetivos: tangibles e intangibles. Los primeros los conocemos. La neutralidad o la Finlandización de Ucrania; garantías de que la OTAN no seguirá ampliándose; el reconocimiento de Crimea como parte de Rusia y la aceptación de independencia de las auto-proclamadas repúblicas de Lugansk y Donestk.

Con respecto a los intangibles, desde mi perspectiva, pueden sintetizarse en uno: crear un Nuevo Orden Mundial Multipolar en el que Rusia sea uno de sus protagonistas. Un Orden en el que las decisiones estratégicas sean consensuadas entre los líderes y no tomadas unilateralmente. En definitiva, ser reconocida, respetada y tratada como una súper-potencia.

Muchas veces nos preguntamos cómo será el futuro. Normalmente, es casi imposible pronosticarlo, pero en este caso tengo la intuición de que, cuando termine esta guerra, el Orden Internacional cambiará. Sin embargo, no creo que se cristalicen los deseos de Moscú. Más bien pienso que este Nuevo Orden será un modelo desconocido hasta hoy; un modelo al que me atrevo a llamar Bipolar Binario; un Orden liderado por dos polos rivales, cada uno de los cuales estará compuesto por dos súper-potencias: por un lado, Estados Unidos y Europa; por el otro, Rusia y China.

© LA GACETA

Patricia Kreibohm – Magíster en Relaciones Internacionales. Esta nota es una síntesis de una conferencia dictada el día 22 de marzo, en la UNSTA.

Comentarios