No es solo la ausencia de guerra, es también la relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos. “Hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la paz de cada día. La paz sin la cual el pan es amargo”, decía el poeta mexicano Amado Nervo. Se conmemoró ayer el Día Internacional de la Paz. En 1993 la Asamblea General de la ONU declaró que la celebración se hiciera el tercer martes de septiembre, pero a partir de 2001 la recordación tiene lugar el 21 de septiembre.
En 2015, los Estados miembro de la Organización de las Naciones Unidas se impusieron 17 objetivos para lograr el desarrollo sostenible, sin los cuales la paz no es posible. Se debe trabajar para obtener el desarrollo social y económico de todas las personas y garantizar la protección de sus derechos. Entre los objetivos sostenibles se mencionan: el acceso al agua, a la electricidad, a la justicia social, a la educación, a la salud, a la alimentación, a un medioambiente saludable, la igualdad de género. El Artículo 3 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice: “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Aunque no especifica la palabra “paz”, estas palabras sentaron las bases para la libertad, la justicia y la paz en el mundo.
La última guerra en la que participó la Argentina en 1981 nos dejó no solo el sabor amargo de la derrota, sino también 649 connacionales -la mayoría jóvenes inexpertos- muertos en los 73 días que duró el conflicto. Pero la guerra es uno de los tantos rostros de la violencia, que nos acosa a diario. La vemos a diario en las calles, en las escuelas, en el trabajo, bajo otros ropajes como el acoso escolar, sexual, la violencia de género, el sometimiento, el autoritarismo...
Vivimos en una sociedad cada vez más violenta, signada por la intolerancia, la discriminación, la desigualdad, acosada por la droga. Las instituciones educativas y de salud pública han sufrido un proceso de desvalorización, hasta el punto que los maestros y los médicos suelen ser blanco de los violentos.
En alguna oportunidad, señalamos que si la violencia sigue en ascenso, significa que debemos analizar dónde se producen las fallas porque las partes que forman un todo están encadenadas entre sí. Una salida posible sería replantearse la educación en la escuela primaria, no solo en lo que a contenido se refiere, sino también en la capacitación del docente. Si se trata de recuperar los valores éticos y morales, entonces se debe analizar por qué los hemos perdidos y qué haremos para recobrarlos. Tal vez se deba pensar en educar para la paz, siguiendo el ejemplo de Martin Luther King, Mahatma Gandhi y Nelson Mandela. Se podría estimular a los alumnos de todo el sistema educativo a realizar acciones solidarias con sectores desfavorecidos de la población o con enfermos o minusválidos; se estaría dando un paso significativo para mejorar la calidad de vida.
Mahatma Gandhi sostenía que “la pobreza es la peor forma de violencia”. Vivimos en una sociedad cada vez más sorda y agresiva. Es necesario que los gobernantes diseñen políticas públicas integrales que promuevan la salud, la educación, el trabajo digno, la cultura, el deporte, y también la comunicación, la aceptación del otro con sus diferencias, la solidaridad.
“O caminamos todos juntos hacia la paz, o nunca la encontraremos”, afirmaba el político e inventor Benjamin Franklin. Para otros, como la Madre Teresa de Calcuta, “la paz comienza con una sonrisa”.