Todo es historia: el changuito cañero que puso el mundo a sus pies

Juan Pablo Juárez es sinónimo de atletismo para Tucumán, entre muchas cosas más.

EN TUCUMÁN. Juan Pablo tiene una relación muy estrecha con los atletas provinciales. EN TUCUMÁN. Juan Pablo tiene una relación muy estrecha con los atletas provinciales.

Puede pasar el tiempo y contra eso nadie puede hacer nada. Puede que la pandemia haya inmovilizado al mundo deportivo por meses, y se estén buscando desde la ciencia y las políticas sanitarias las formas de volver a ser los que fuimos. Puede que haya cosas que no volverán a ser como fueron, pero el hombre seguirá intentando recuperarlas. Y, en medio de tantas posibilidades tangibles e intangibles, hay un algo que seguirá inalterable, casi una gema que brilla alimentada por el sudor, las ganas, el esfuerzo, la fe, la confianza. Eso es el pasado. Sino que lo diga Juan Pablo Juárez, el de las zancadas imposibles de seguir, sinónimo de atletismo tucumano, lo que no es poco. Es él el hombre que alguna vez, insuflando (e insuflándose) optimismo ante situaciones negativas que le tocó vivir, dijo: “que los buenos pensamientos nunca mueran”.

El 4 de diciembre, Juan Pablo estará cumpliendo 60 años. Excelentemente corridos, se podría decir. Que habrá sufrido golpes, caídas, avatares, angustias, nadie lo niega. Como cuando lo asaltaron violentamente en 2015 y estuvo semanas en coma. Incluso, se llegó a decir que por la golpiza iba a quedar cuadripléjico. Pero este simoqueño, que desde pequeño fue un auténtico changuito cañero, mostró que está forjado en el hierro de una voluntad inquebrantable, que lo acompañó aún en los peores momentos.

EN BUENOS AIRES. Llegando a la meta, en uno de sus triunfos en la gran ciudad. EN BUENOS AIRES. Llegando a la meta, en uno de sus triunfos en la gran ciudad.

Juárez ayudó a su papá en la cosecha de caña de azúcar desde pequeño. Hasta tuvo que cavar zanjas por unos pesos y ya, más grandecito, evitó tomarse colectivos para ahorrar. La realidad de su niñez no permitía otra cosa, como parte integrante de un muy humilde hogar de nueve hermanos, ese que formaron José Miguel y María Haydé. Aquello de ir desde la casa hasta los surcos, corriendo con sus hermanos, fue despertando de a poco la afición, que se convirtió en su vida.

En octubre de 1980, corre su primera carrera en Concepción, terminando 3°. El primer triunfo llegó en agosto de 1981, en Lules, en un desafío de 10 kilómetros. Con el tiempo se convirtió en múltiple campeón argentino en diferentes distancias de calle y de pista. Las perlas suyas están en un título sudamericano y en más de un récord nacional. Es suya la tercera marca histórica en maratón y la segunda en media maratón. Un hito para él fue haber ganado, en 1996, la Maratón Adidas de Buenos Aires, imponiéndose al africano Sinqe Zithulele.

“Viajar por viajar, no”, repetía por aquellos días, cuando le preguntaban por qué no se planteaba ir a los Juegos Olímpicos. Es que no se sentía listo para la gran experiencia. Y cuando por fin supo que podía hacerlo, en Sidney 2000, ocurrió un hecho bisagra en su vida y en su carrera. Fue en 1998, cuando le diagnosticaron leucemia. “Para mí cáncer era sinónimo de muerte. Pero creer en Dios y tener fe hizo que no tuviera miedo. Y me decidí a luchar para estar lo mejor posible. Cada día, al abrir los ojos, sabía que me podía recuperar”. El 24 de septiembre de ese año, en el sanatorio Antártida de Buenos Aires, recibió un trasplante de médula, donada por Manuel, su hermano.

Lo que siguió para este atleta “con el mayor poder de sufrimiento”, como lo definió su colega, amigo y rival, Toribio Gutiérrez, fue una nueva vida, regada de éxitos en las pistas. En su condición de trasplantado, recorrió el mundo. Y en Juegos organizados por la World Transplat Game Federation, la cual pertenece y es reconocida por el Comité Olímpico Internacional, fue estableciendo nuevas plusmarcas en distintas distancias. Y ganó numerosas medallas de oro y de plata. Desde su debut en Kobe (Japón), pasó por Suecia, Sudáfrica, Francia, Tailandia, Australia, Mar del Plata, Inglaterra.

POR EL MUNDO. En los Juegos de Trasplantados sumó medallas y reconocimiento. POR EL MUNDO. En los Juegos de Trasplantados sumó medallas y reconocimiento.

Fue funcionario de las áreas de Deportes de Simoca y de San Miguel de Tucumán. Enseña atletismo de su ciudad natal y en una agrupación que lleva su nombre, que desarrolla sus actividades en el parque 9 de Julio. Alguna vez se fue a Buenos Aires para representar a Boca. Y hasta se instaló en EE.UU., siguiendo su gran pasión.

“Para llegar y tener resultados hay que buscar la suma, el día a día”, es una de sus frases conocidas. También lo es “Dios me sigue dando la vida. Y es por algo. Yo tengo el don de correr, así que la fe me llevó a eso“. Alguna vez le preguntaron qué sucedía con él cuando estaba a punto de enfrentar un desafío grande. Dijo: “no escuchaba a nadie que no sea mi cuerpo y mi mente. Y salía a disfrutar. Todos los obstáculos eran uno más”.

¿Por qué corría y corre Juan Pablo? El hombre tiene sus motivos. “Cuando lo hago pienso en todas las cosas buenas que viví. Eso hace crecer y empuja a seguir. Pienso en mi familia, en la gente de todos los lugares donde estuve. Este deporte no me dio plata, pero sí conocimiento. Me dio y me sigue dando vida”.

En el “lugar de gente tranquila y silenciosa”, tal el significado de Simoca (“habré conocido muchos lugares, pero este es mi lugar en el mundo”, dice), este tremendo atleta y también un gran luchador de la vida, absorbió una energía única, irrepetible. Abrió un camino y dejó enseñanzas. Quién hubiera dicho que el mundo quedaría a sus pies.

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