Boleto de ida hacia la “democracia antisocial”

Boleto de ida hacia la “democracia antisocial”

Hace menos de un siglo, tres países que hoy son parte del “primer mundo”, y que se habían mantenido neutrales durante la dantesca Primera Guerra Mundial (1914-1918), enfrentaron un problema crucial para el bienestar de sus sociedades. Fue un verdadero conflicto desatado en torno de una serie de propuestas de gobierno, que no surgían por capricho ideológico sino por apremio de los tiempos. El choque de intereses adquirió la dimensión de un obstáculo neurálgico para esos Estados. Ni siquiera 90 años han transcurrido desde aquella vez en que fue la política la que encontró una solución para ese atolladero. Y a partir de ello fundó un nuevo modelo de gestión.

El dilema se planteó en Suecia, en Noruega y en Dinamarca. De un lado, surgió la propuesta de la expansión de los programas de obras públicas e infraestructura, indispensables luego de que las dos primeras revoluciones industriales sacudieran los cimientos del Viejo Continente. Estas iniciativas contaban con el aval de los partidos de izquierda. En oposición se levantaban los partidos agrarios. Advertían que llevar adelante grandes planes de obras estatales implicaba una migración de la mano de obra campesina. Consecuentemente, no sólo escasearía el personal para atender las faenas de la producción, sino que también se encarecería.

El contexto de la confrontación no era menor: en estos tres países, la socialdemocracia, que receptaba las demandas de los obreros industriales, había llegado al poder mediante los acuerdos celebrados con los partidos agrarios.

De ese laberinto se salió gracias a la política. “Los pactos firmados en los tres países por los partidos socialdemócratas, los partidos agrarios y los gobiernos, entre 1933 y 1938, articularon los intereses de los obreros industriales con los del campesinado”, precisa María Dolores Béjar en “Historia del Siglo XX” (Siglo Veintiuno Editores, 2011, Buenos Aires, páginas 103 y 104). “Estos acuerdos recogieron las demandas de los agricultores en torno de la reducción de los tipos de interés y de los impuestos agrarios y de la adopción de aranceles proteccionistas. Al mismo tiempo, los partidos agrarios levantaron su oposición a la expansión de la obra pública (…). También aceptaron la ampliación de los servicios sociales a cargo del Estado”.

El resultado fue el nacimiento de todo un modelo de Estado: la democracia social. El rédito para la socialdemocracia fue inmediato y duradero: hegemonizó la escena del poder en esas naciones.

No es una teoría. Ni un debate filosófico sobre la finalidad de la política. Es una lección de la historia. Hace unas décadas, nomás, la política enfrentaba los desafíos de la historia y encontraba soluciones conducentes para la sociedad.

Claro que, en Tucumán, parece ciencia ficción. Aquí, la política enfrenta los aprietos de la coyuntura generando más problemas. Y desentendiéndose por completo de las consecuencias de ese accionar. Quedó expuesto esta semana de manera palmaria. El Concejo Deliberante de la capital autorizó que se triplique la tarifa del transporte público de pasajeros. Y que Dios ayude a los usuarios…

Paradas

En diciembre, el “boleto” de colectivo costaba $ 120 en San Miguel de Tucumán. Ese mes se autorizó la suba que lo llevó a $ 230. A partir de mañana, el valor será de $ 690. Es decir que en tres meses el costo se multiplicó prácticamente por seis. El incremento, concretamente, fue del 575%.

Huelga decirlo, el sector empresario ha brindado numerosas razones para justificar la suba. Ha expuesto que el valor que reclaman no es caprichoso, sino que surge de estudios realizados por técnicos de la UNT. Subraya que el precio del viaje estaba deprimido, hasta el punto de que era uno de los más baratos del país. Agrega que la Nación acaba de eliminar el Fondo de Compensación al Transporte Público del Interior, con lo cual cesa la asistencia estatal que morigeraba la tarifa.

Queda claro que el empresariado tuvo la suerte de que todos sus argumentos fueron atendidos por los representantes vecinales de la Capital. Y sin atenuantes. De hecho, si hubiera que proyectar para este 2024 el ritmo de incremento del “boleto” urbano de pasajeros (igual que como se realizan las proyecciones estadísticas de la inflación), tomando en cuenta su ritmo de 575% trimestral, el resultado sería una tasa anualizada del 2.300%. Es increíble que Elon Musk prefiera invertir en comunicación satelital y no en el transporte urbano de pasajeros al ras del suelo tucumano.

En contraste, la receptividad del cuerpo deliberativo municipal respecto de lo que semejante decisión provoca ha sido otra. Ha sido, más bien, nula. En los últimos tres meses no se ha sextuplicado la calidad de las unidades que prestan el servicio. Tampoco se ha firmado una acta acuerdo por el cual el sector privado se compromete a mejorar en un 575% la frecuencia de los ómnibus, para beneficio de los usuarios.

Pero la dimensión más inquietante del tarifazo del transporte aprobado por los concejales (con la excepción de los radicales José María Canelada y Gustavo Cobos, que votaron en contra) es otra. Es, sin más, el conflicto que instala en la sociedad tucumana. Y de la que, hasta el momento, el Concejo Deliberante no parece hacerse cargo, por cuando no ha explicitado propuestas superadoras.

Veredas

En una vereda, el impacto para el bolsillo de los trabajadores, y de sus familias, es colosal. Ayer, el entendimiento salarial alcanzado por las organizaciones gremiales que representan a los estatales y el Gobierno tucumano consistió en acordar bonos y adicionales no remunerativos de diferentes montos, y un incremento del salario básico de las distintas categorías de un 12%.

En el sector privado la situación es todavía más severa. Para un empleado de comercio, que debe afrontar cuatro pasajes diarios entre su casa y el negocio, el costo de ir a cumplir sus tareas ascenderá, a partir de mañana, a poco más de $ 60.000 mensuales, considerando un promedio de 22 días hábiles por mes.

¿La solución? No aparece de parte de los representantes vecinales. De modo que los trabajadores la andan buscando por cuenta propia. El gremio del sector, SEOC, viene pregonando por el establecimiento del horario corrido del comercio tucumano, para que los empleados deban costearse sólo dos viajes por día, en lugar de cuatro.

En la otra vereda, los comerciantes se oponen a esta alternativa. La Federación Económica de Tucumán ha planteado con insistencia que cambiar el horario de funcionamiento de los negocios producirá una inmediata caída en las ventas, con el consecuente cierre de comercios y la pérdida de los puestos de trabajo. Advierte, además, que esta dinámica negativa no es una presunción, sino una certeza estadística. Durante la pandemia por el coronavirus se estableció el horario corrido de atención comercial, que se mantuvo durante algunos meses después de que se hubiera distendido la cuarentena dura. El resultado, han demostrado, fue muy perjudicial para el sector.

Al respecto, tampoco desde el Concejo Deliberante se ha expuesto que haya en estudio propuestas para que, en caso de concretarse el cambio en la modalidad del horario comercial, haya una asistencia (un alivio fiscal, sólo a modo de citar un ejemplo) para los empleadores.

Asientos

El cuadro de situación raya lo alarmante. En primer término, porque el problema que la economía le plantea a la política ha sido respondido, en la Capital, con otro problema. El empresariado alega que la inflación, con los peores índices de los últimos 30 años, se traduce en mayores costos de combustible, de insumos y de salarios. Por ende, no hay otro camino sino la suba de precios. Pero la política, en lugar de gestionar esa crisis para ofrecer una solución que atienda las demandas de todos los miembros de la sociedad, hasta aquí se ha limitado a un conjunto de manos levantadas para ajustar una tarifa. Léase, se atendieron los intereses empresarios. Y nada más.

En segundo término, pasan los años y los aumentos del “boleto”, pero no llegan las certezas. Las empresas cuentan con una fórmula estadística, encargada por ellas, que arroja un precio estimativo del boleto. Pero el Estado no exhibe ninguna herramienta que valide esa estimación, o que la refute. Con lo cual, a más de dos décadas de haber encarado un nuevo milenio, el debate de los representantes populares en torno del valor del viaje del transporte público de pasajeros se reduce a “me parece mucho”, “me parece poco” y “me parece bien”. Los procedimientos para elaborar una empanada tucumana están regidos por protocolos varias veces más rigurosos que eso.

Puesto de otra manera: si el estudio de costos del empresariado es indiscutible (y por eso el cuerpo vecinal no cuenta con su propio sistema de evaluación, ni tampoco lo encarga), ¿por qué no se aplica de manera automática en lugar de pasar todas las veces por el debate del Concejo Deliberante?

Timbre

Tucumán describe un fenómeno particular. En 90 años de modernidad occidental, la política no es aquí una práctica para encontrar soluciones, sino una herramienta para endilgarle problemas a los miembros de la sociedad.

Tras 40 años de democracia, se vive en una desconcertante situación de posguerra, caracterizada por todo tipo de carencias, respecto de las cuales los gobernados están librados a su suerte.

Ni un siglo tomó involucionar hasta fundar la “democracia antisocial”. Forjada sobre la base de sólidos acuerdos. Y con pronóstico de hegemonizarse…

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