

Javier Milei muestra una alta sensibilidad cuando siquiera se insinúa la necesidad de una devaluación. ¿Por qué? Hay que ir por partes. La teoría básica dice que el precio del dólar puede ser resultado, no causa, de la inflación. Por simplificación déjense de lado las otras cuentas internacionales y mírese sólo la balanza comercial. La inflación internacional muestra cómo suben los precios de los bienes extranjeros, la doméstica cómo crecen los precios dentro del país. Una inflación internacional menor que la nacional significa que los bienes nacionales se encarecen frente a los importados y estos se vuelven más atractivos; las personas demandan más artículos extranjeros, por lo tanto más dólares y sube su precio. ¿Cuánto? Hasta un valor que haga equivalente comprar bienes importados que nacionales.
Si la cotización no lo alcanza se habla de atraso cambiario, la divisa está más barata de lo que debería. Efectos: aumento de importaciones y más competencia para la producción nacional; mayor cantidad demandada de dólares por expectativa de revaluación futura, con riesgo para las reservas del Banco Central; empeoramiento del negocio exportador porque se cobran menos pesos de los necesarios para compensar la inflación doméstica. Y por
todo ello se llega tarde o temprano a la revaluación del dólar o devaluación del peso.
Las relaciones señaladas primero están en la base del cálculo de tipo de cambio real que hace el BCRA. De allí surge que comparado con diciembre de 2015 y el promedio de las divisas de la mayor parte del comercio exterior de Argentina el tipo de cambio real multilateral está atrasado un 20 por ciento.
¿Por qué diciembre de 2015? Porque se había liberado el mercado cambiario y había confianza en el gobierno, por lo que podía pensarse que la cotización estaba “limpia” de interferencias.
Milei protesta que nadie sabe cuál es el precio de equilibrio, por lo tanto no se puede decir que hay atraso. Correcto. Pero si nadie lo sabe, tampoco él, por lo tanto no puede decir que no hay atraso. Puede apelarse a los efectos, pero los datos no son concluyentes. Las reservas del BCRA no están en caída, pero tampoco crecen con rapidez. Eso sí, mucho de la lentitud se debe a pagos del Gobierno, no a desconfianza. Además, hay que cuidarse de malos cálculos. Por ejemplo, el mes pasado se habló de una sangría de dólares del Central que no ocurrió. El gobierno estuvo meses antes comprando dólares para asegurar el pago de deuda externa y los depositó en el Banco. Al pagar los sacó de allí. El error fue computar suba de reservas cuando no la hubo y baja cuando tampoco la hubo. No eran dólares del BCRA.
Pero es cierto que los dólares comprados por el Tesoro tal vez hubieran ido al Banco. También que el propio Central pierde divisas al intervenir en el mercado para que el CCL no suba mucho. Y que enero mostró saldo negativo en los movimientos con el exterior, aunque podría ser el típico efecto del veraneo.
Otro elemento discutible es el “ancla cambiaria”. Es decir, influir en el IPC mediante alzas pequeñas del precio del dólar. Los precios de las importaciones subirían poco, y así el IPC. Puede ser útil como amortiguador cuando se liberan precios mientras se trabaja en las causas de fondo de la inflación pero no es una herramienta permanente porque la inflación es un fenómeno monetario, no cambiario. José Alfredo Martínez de Hoz y Axel Kiciloff, por nombrar dos casos, lo intentaron y fracasaron porque manipulaban el dólar pero seguían emitiendo pesos. No ocurre hoy. De paso, cuando se critica al Gobierno preguntando dónde está el superávit fiscal del que alardea, pues está en la menor inflación.
Como hay superávit no le pide prestado al BCRA, por lo tanto no hay emisión inflacionaria. El dólar ayuda pero no es esencial.
En adición, la cotización “atrasada” también se debe a la llegada de dólares por mejores condiciones del país. ¿Tiene peligros? Sí, la enfermedad holandesa, a explicarse en otra ocasión. Pero no sólo las cuentas públicas son diferentes. La fórmula tradicional no considera la productividad real, un campo que requiere trabajar, por distintos motivos, sobre desregulaciones, leyes laborales, carga
tributaria y seguridad jurídica. Sólo mover el tipo de cambio, hoy, generaría inestabilidad y pérdida de poder adquisitivo.
Podría ser por eso el malhumor oficialista cuando se habla de atraso cambiario.
No están las condiciones institucionales ni macroeconómicas para que una suba significativa del precio del dólar carezca de efectos negativos en expectativas y precios. Tal vez Milei pretenda calmar olas en un año que pintaba despejado pero al que le aparecieron nubes. Si la política arancelaria de Donald Trump llevara a mayores precios en EEUU la Reserva Federal no sólo mantendría estable la tasa de interés allí sino que podría subirla. Entonces disminuiría el flujo de capitales dispuesto a venir a la Argentina y se debilitaría la recuperación económica.
Dos puntos más, distintos pero relacionados por la ignorancia. Hace dos semanas se hizo una “marcha antifascista” para protestar contra el gobierno.
Pero entre las características constitutivas del fascismo están el organicismo social, el corporativismo político y el nacionalismo cerril. Ninguna de ellas se encuentra en La Libertad Avanza pero vertebran otros partidos políticos del país, incluyendo algunos que marcharon. Consigna marketinera que no contribuyó con la educación cívica.
Otro: por streaming se criticó a un centro de estudios preocupado por el atraso cambiario pero cargando contra sus miembros señalando que como venden informes al exterior y cobran en dólares quieren la devaluación para alquilar yates en Rímini, contratar odaliscas y hacer cruceros caribeños. Pues bien, como sabe cualquier argentino, la devaluación obliga a veranear en el país.
Para disfrutar del exterior es mejor el atraso cambiario; es dudoso que las odaliscas acepten pesos devaluados. Está bien criticar a los keynesianos, pero para hacerlo como corresponde e incluso chicanear hay que tomarse la economía con seriedad.