Carlos Páez de la Torre (h) fue un padre único, apasionado y generoso

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RODEADO POR SUS ÍNTIMOS. Las hijas de Páez de la Torre contaron como era él en la intimidad. El personaje que muy pocos conocieron. RODEADO POR SUS ÍNTIMOS. Las hijas de Páez de la Torre contaron como era él en la intimidad. El personaje que muy pocos conocieron.
27 Marzo 2025

Por Flavia, Diana, Inés y Eugenia Páez de la Torre

Hijas del historiador

Nos pidieron que escribiéramos algo sobre nuestro padre, Carlos Páez de la Torre. Cómo era, qué fue lo que nos dejó, cuál es su legado.

Una buena forma de describirlo es decir que fue un padre único. Completamente distinto a los de nuestras amigas: no sabía manejar, no le interesaban los deportes, no usaba remeras, zapatillas, ni camisas mangas cortas. Pocas veces lo vimos con jeans, normalmente estaba de traje, usaba gemelos y corbatas anchas.

Desayunaba siempre afuera, no tomaba alcohol, pero era capaz de ser el último en irse de una fiesta. Conocía a mucha gente, de todas las edades, tenía un montón de amigos, en la calle lo saludaban hasta los desconocidos. Le encantaba el cine (las películas de todos los géneros, pero especialmente las policiales).

Tardó bastante en tener teléfono celular y nunca logramos que usara Whatsapp. Dibujaba muy bien, leía muchísimo (y de todo). Y, además, escribía (con lapiceras de pluma, odiaba las otras). Escribió todos sus libros a mano, gran parte de ellos, en los bares.

Se dice que las hijas mujeres sienten especial admiración por el padre, y ese es nuestro caso: admiración y orgullo por lo extremadamente apasionado, memorioso y trabajador que era. Todo lo que hacía, era con pasión: cuando conversaba, hablaba, leía, investigaba, escribía, fumaba…

Sabía de memoria párrafos completos de libros y, a veces, al recitarlos se le quebraba la voz de la emoción. Le encantaban las fotos, tenía millones. Lo hemos visto pasar horas archivando los negativos en grandes carpetas de tapa negra, en sobres de papel manteca que se pegaban en las hojas, prolijamente, debajo de los contactos impresos.

Era muy generoso con lo que sabía: ninguna persona, conocida o desconocida para él, que le pidiera información, se quedaba sin recibir datos, fuentes, libros, etc. Le encantaba ayudar al que estaba interesado, hacerle llegar a alguien eso que estaba buscando. No tenía pereza.

Lo que no le gustaba era prestar libros, prefería comprarte uno igual o sacar fotocopia y mandarla por correo (era muy del correo), o dejar en la recepción de LA GACETA un sobre, con el nombre del destinatario escrito con un lápiz rojo grueso con su letra característica.

Hoy se cumplen cinco años de su muerte. Como estábamos encerrados por la pandemia, su velorio y entierro fueron una cosa muy íntima, sólo nosotras (casi todas) y nuestras familias. Pero también -gracias a la tecnología- muy acompañadas por amigos y personas queridas. Y además, por una inmensa cantidad de gente que no conocemos, pero que nos hicieron llegar palabras de admiración y afecto. Fue muy reconfortante esa cercanía y cariño en medio de tanta tristeza.

A los meses, cuando pudimos entrar a su oficina de LA GACETApara disponer de lo que había allí -además de desocupar la que él alquilaba en el 5° piso-, tomamos dimensión de muchas cosas. La más importante: la cantidad de libros, cartas, fotos, artículos, folletos y demás papeles que supo reunir durante más de medio siglo. Teníamos que ordenarlos. Y a esa monumental tarea se dedicó nuestra madre, Flavia Allende. Y es que es imposible hablar de él sin mencionarla. Fue su gran compañera.

Lo primero que hizo fue completar la donación de libros que él mismo había hecho a La Gaceta años antes. Entonces debíamos resolver qué destino darle a todo lo demás. Surgió la idea de publicar los artículos del “Apenas Ayer” en formato libro, imposible. Entonces ella se puso a ordenar, sacó las cosas personales y fichó todo. Y ahí sí, con más claridad, decidió que, para que ese material estuviera al alcance de quien lo necesitara, lo mejor era crear un sitio web. Y así nació www.carlospaezdelatorre.com. Valeria Muzzo la ayudó en el armado del sitio.

Ese espacio digital contiene los artículos periodísticos y de divulgación, prólogos, libros, folletos, videos y fotos. Aún hoy se sigue actualizando. Además, todo eso está físicamente en el Archivo del diario. Sabemos que desde que está en funcionamiento, el sitio ha recibido muchísimas visitas, así que el objetivo está cumplido.

Pensando en cómo cerrar este texto, se nos ocurrió Lucem Quaerimus: “buscamos la luz”, en latín (es el lema de la Academia Nacional de Historia). Lo decía cada vez que le pedía a alguna de nosotras que prendiéramos una luz. Y de cierta manera, es una frase que también define su vida: buscar la luz en la historia, en los documentos, en lo que nos contaba con tanta pasión, en lo que escribía. Ese es su legado para nosotras y ojalá que para otros también.

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