La triste vigencia de los trastornos alimenticios

16 Septiembre 2021

Es una enfermedad silenciosa, solitaria, dañina y de difícil percepción tanto para quienes la padecen como para su entorno. Se trata de la dolencia relacionada con los trastornos alimenticios, que cada tanto parecen ponerse de “moda” y se habla y se ocupan de ellos tanto desde el Estado como desde los establecimientos educativos como en el seno de las familias.

Hace un par de días el tema volvió a tomar relevancia luego de que la influencer Candelaria Tinelli publicara en sus redes distintos post relacionados con la bulimia y la anorexia que padeció, según explicó ella misma, siendo más joven.

Según datos de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP), una de cada tres adolescentes padece patologías vinculadas a la conducta alimentaria, como la anorexia nerviosa o bulimia nerviosa. La cifra recrudeció durante la cuarentena debido a la pérdida de contacto con los grupos de pares y la falta de una red social de contención provocada por el aislamiento. Sobre esta situación la SAP advirtió que si bien no hay datos oficiales “‘para documentarlo más precisamente”’, las encuestas y consultas a especialistas “autoadministradas” en las escuelas arrojan una prevalencia de desórdenes como la Bulimia Nerviosa (BN) y/o Anorexia Nerviosa (AN) en casi 1 de cada 3 mujeres jóvenes. Estas adolescentes presentan algún grado de desorden previo en su imagen corporal, que se ven reflejadas en las conductas que adoptan en cuanto a la alimentación. Justamente en una nota publicada días atrás por LA GACETA, la nutricionista María Emilia Jarma, del CAPS Villa 9 de Julio, se refirió a las problemáticas englobadas dentro de estos trastornos y a la necesidad de priorizar abordajes y tratamientos interdisciplinarios e involucrando a la familia y afectos en un rol activo de transformación y acompañamiento para con quienes los sufren.

Los trastornos alimentarios reflejan conductas que llevan a un cambio en la alimentación, las cuales pueden tener lugar por diversos motivos como déficit o superávit calórico, seguidos muchas veces de atracones o vómitos o el consumo excesivo de laxantes. “Este tipo de trastornos, que son los más conocidos pero no son los únicos que existen, se dan mucho en la etapa de la adolescencia y por eso se considera sobre todo que el tratamiento de un paciente que padece estas afecciones debe ser guiado y acompañado por profesionales competentes que asistan de forma transversa”, reflexionó la especialista.

Algunos de los síntomas que nos deben despertar alertas como adultos es si se empieza a notar que hay un déficit alimentario, si saltea comidas o lleva al extremo la exigencia de su cuerpo con respecto al deporte. “Si registramos un miedo por parte del paciente a los cambios en su peso, si notamos algo particular en cómo se posiciona ante la balanza, esto debe actuar como llamados de atención para el profesional, así como el estado de la piel al momento de la consulta, del cabello y las uñas porque son indicadores de alimentaciones deficitarias en minerales y vitaminas”, agregó la médica.

En lo que apunta a recomendaciones para la familia de un paciente que sufre trastornos alimentarios, Jarma priorizó el factor emocional, la interacción con los pares y el manejo de la información que se recibe.

En este punto, justamente, la responsabilidad es de todos, ya que muchas veces se instalan modelos de apariencia física que llevan a muchos jóvenes a padecer estos trastornos. En ello juegan mucho comentarios odiosos respecto del peso y los estereotipos que se difunden por redes sociales y grupos tanto virtuales como de contacto directo.

Sería prudente no olvidar que las cifras de jóvenes afectados por trastornos alimenticios no decae y que es necesario alejarse de la estigmatización y procurar que nuestros adolescentes se desarrollen en un ambiente que procure que la buena condición de salud o física no está ligada con el modelo de belleza que se busca imponer desde algunos sectores.

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