Sanguinetti y Mujica, los estadistas que vencieron la polarización

Uno reencaminó a su país en la democracia liberal. El otro reivindicó su pasado de violencia con una vocación total por la austeridad republicana. Fueron contendientes feroces, pero en “El horizonte. Conversaciones sin ruido entre Sanguinetti y Mujica”, los ex presidentes uruguayos dan cátedra sobre los temas de Estado, y, en especial, una lección admirable de civismo y reconciliación política.

 la gaceta / foto de inés quinteros orio la gaceta / foto de inés quinteros orio

El mundo ha empezado a mirar a Uruguay con los mismos ojos asombrados y elogiosos con los que hace décadas observa a los países escandinavos. Lo novedoso es que por primera vez los ejemplos de democracia y de alta cultura política parten de la nación sudamericana históricamente relegada a la condición de apéndice de la Argentina y de Brasil. Las razones de ese ascenso en la consideración internacional están apoyadas en datos, pero un libro permite adentrarse al fenómeno y comprender su esencia. Se trata de “El horizonte. Conversaciones sin ruido entre Sanguinetti y Mujica” (Debate) que publicaron en noviembre los periodistas Alejandro Ferreiro y Gabriel Pereyra.

En la entrevista-ensayo, los ex presidentes exponen su condición de estadistas que, al final de sus carreras, decidieron ganarle a la polarización, la enfermedad que intoxica a las democracias del planeta. Al filo de los 90 años, José Mujica y Julio María Sanguinetti enseñan que, en el liderazgo, los gestos de caballerosidad y de ética son tan o más importantes que las palabras correctas. Ellos izaron esa bandera el día que resolvieron retirarse juntos de la política en la que, desde bandos opuestos, militaron a partir de la adolescencia. Y desde entonces demuestran que no sólo es posible entablar una conversación constructiva y respetuosa de la discrepancia entre viejos rivales, sino que esto resulta un imperativo del momento.

Claro que Sanguinetti y Mujica llegaron y se fueron de los cargos públicos que ocuparon con el mismo patrimonio que poseían al entrar. Y pagaron sus cuentas. Como consecuencia de su actividad como guerrillero tupamaro, Mujica pasó, entre entradas y salidas, 15 años en una prisión. Estos detalles no forman parte del libro que escribieron Ferreiro y Pereyra, pero son la base implícita de decencia que sostiene la credibilidad de los ex mandatarios y les permite entablar un diálogo entre pares. El nivel de comunicación y de comunión que lograron los patriarcas del Partido Colorado y del Frente Amplio (con origen blanco) ya es una de las imágenes más poderosas del Uruguay del presente. Esa representación de la concordia causó un efecto cautivador durante la inauguración de la presidencia de Lula, cuando Sanguinetti y Mujica se presentaron al lado del jefe de Estado actual, Luis Lacalle Pou. Días después, Brasil enfrentó un intento de golpe que corroboró que la lucha sectaria y facciosa tiende hacia la tiranía.

Los sobrios

“¿Cuál es la idea de austeridad que ustedes manejan?”, interrogan los entrevistadores. El colorado Sanguinetti, que compartió redacciones con el escritor Juan Carlos Onetti y el ilustrador Hermenegildo Sábat, responde: “yo nací en el periodismo y la política… Nunca he dejado de escribir: este ha sido mi modo de vida”. El socialista Mujica dice: “soy un campesino medio urbano de chacra chica. Allí donde mueren las chacras y empiezan los solares”. Y se declara heredero de la cultura de la sobriedad que cultivaron sus antepasados inmigrantes italianos: “para mí esta es una pelea por sostener un amplio margen de libertad. Porque, si dejo que se multipliquen las necesidades hasta el infinito, tengo que vivir para cubrirlas y no me queda tiempo para hacer las cosas que a mí me motivan. La libertad para mí es eso: flor de comodidad ser austero”.

El libro es el resultado de seis encuentros sostenidos en una sala de Montevideo entre julio y agosto de 2022. Se llama “El horizonte” porque su objetivo es que los protagonistas tracen una ruta hacia adelante. La segunda reunión empieza con una reflexión sobre la democracia. Mujica opina que su ventaja radica en su imperfección que la hace siempre mejorable a diferencia de otros sistemas que no dejan abierta ni la esperanza. “La democracia a veces confunde porque no nos asegura un buen gobierno. Lo que la democracia nos asegura es la capacidad de sacar a un mal gobierno”, refiere Sanguinetti.

Cada pregunta deja a la vista la personalidad y el estilo de los entrevistados (Mujica contesta corto, al grano y con su sensatez legendaria mientras que Sanguinetti se inclina por discurrir y desarrollar con mayor amplitud las ideas), y, a la vez, su interés por lo que dice el otro, el deseo de encontrar coincidencias y la elegancia con la que plantean matices. De forma amena, el libro pone a disposición del público la sabiduría que sus protagonistas acumularon en temas tan centrales como el régimen de jubilaciones (concuerdan en la necesidad de adaptarlo al hecho de que nace menos gente y la que lo hace vive cada vez más tiempo); el consumo de drogas (adhieren que la prohibición incentiva la demanda); la digitalización; la cultura; las libertades de prensa y de expresión, y la burocracia.

A la claridad con la que defienden la educación se contrapone la duda que les generan los avances tecnológicos. “El progreso fantástico de bienes materiales está creando una especie de inconformismo ritual permanente aún en sociedades relativamente acomodadas (...). Hay un inconformismo muy fuerte en la sociedad que no sé si se transformará en revoluciones. Sí veo a multitudes congregadas por un teléfono”, advierte Mujica. Sanguinetti apunta: “el ciudadano contemporáneo es un consumidor nunca suficientemente satisfecho y un contribuyente siempre quejoso de los impuestos que le ponen para financiar lo que él mismo reclamó. En tercer lugar, que quizá sea lo más peligroso, tenemos a un trabajador muy inseguro que ha perdido el empleo para toda la vida”.

Educar y progresar

Nacidos respectivamente con meses de distancia entre 1935 y 1936, Mujica y Sanguinetti diagnostican que, conflictuados como están los ciudadanos, existe el riesgo de que el miedo a la libertad, como decía Erich Fromm, lleve a buscar demasiada autoridad para que esta garantice la seguridad. “¿Qué puede hacer Uruguay, un país tan chiquito?”, interrogan Ferreiro y Pereyra. Sanguinetti prescribe que con educación se podrá sobrevivir a la sociedad digital. Su colega añade: “nadie nos va a arreglar los problemas”.

La cuestión de la formación de la ciudadanía aparece en diferentes pasajes de la conversación como salida para múltiples encrucijadas. El ex presidente colorado cuenta una anécdota de comienzos de siglo XX, cuando el prócer José Batlle y Ordóñez encarga al abogado y artista Pedro Figari la fundación de liceos, y este le contrapropone la creación de politécnicos. Es una polémica que expresa los bemoles de un debate educativo que nunca debe detenerse y que se enriquece con las perspectivas diversas. “Los dos (Batlle y Ordóñez, y Figari) tenían una parte de razón”, manifiesta Mujica. Sanguinetti repite las mismas palabras de su interlocutor y subraya: “eso es lo que tenemos que entender”.

Si un mensaje deja “El horizonte” a las camadas nuevas de políticos y de gobernantes es que el ego no sirve de mucho, y que más vale tratar de domarlo o dejarlo a un costado si se pretende construir algo grande. “Como soy muy aficionado a la historia, me queda claro que cada generación lo va a recordar a uno en función de los criterios de cada tiempo”, conjetura Sanguinetti, quien cree que algunos pueden valorar su contribución a la salida de la dictadura o por haber controlado la inflación. “Más allá de todo, he sido un servidor leal de la República. Punto”, define. Mujica toma la palabra y expresa que lo que a él le preocupa es que siga en pie la lucha por una sociedad un poco más justa: “si no hay gente que milite y que ponga lo mejor de su empeño y de su vida para eso, habré fracasado”. Al final de una existencia dedicada a la construcción de una Nación, a Mujica y a Sanguinetti los une la experiencia de transformación del amor propio en bien común.

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